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El país ha sido convocado, aunque es más correcto decir que ha sido manipulado, para que colectivamente se reúna y celebre con equívoca euforia nacionalista una fecha, sin duda de significativa importancia en los anales de nuestro proceso histórico; pues se supone que celebramos el inicio de nuestra vida independiente y republicana; que festejamos un ciclo de doscientos años en los cuales nos comprometimos a construir un sistema político que podría garantizar para todos los colombianos una sociedad defensora y respetuosa de aquellos derechos esenciales que terminarían volviendo reales y efectivas las aspiraciones de una democracia liberal; la cual a su vez certificaría nuestro ingreso a lo que podría designarse la llegada de una prometedora y exaltante modernidad.
¿Pero por ventura se han cumplido tan halagadoras expectativas? Por supuesto que no; para millones de colombianos, durante estos doscientos años, la republica con su democracia, más que una fiesta casi siempre ha sido una secular tragedia. Más que democracia lo que tenemos hoy día es una generalizada DELITOCRACIA, donde campea la injusticia, la exclusión, la inequidad, la más aberrante desigualdad social, una realidad donde el delito permea la casi totalidad de las actividades productivas, como también muchas de las actividades que impone la vida cotidiana y colectiva.
Lo que tenemos hoy es una sociedad donde el Estado es solo un simulacro y una entidad falsificada y vacía que nunca ha encarnado ni representa aquello que Hegel caracterizaba como la esencia misma de un verdadero Estado : ser la sustancia ética consciente de sí misma.
El balance negativo que surge de certificar la dolorosa tragedia de nuestra historia, no necesariamente se alimenta de una comprensión ideológica o ideologizada de sus evidentes manifestaciones. Los hechos y los datos son demasiado evidentes.
Somos una sociedad que tiene el oscuro y negativo privilegios de ser la sexta nación de ser la más desigual sobre toda la faz de la tierra en este planeta azul con tempestades. La sociedad que cuenta con ocho millones de seres humanos desplazados, a los cuales se les arrebató y se les expropio su pequeña parcela a punta de sangre y de violencias, para que esa tierra fuera apropiada por las hordas criminales del paramilitarismo, en complicidad con sectores latifundistas y ganaderos, los que hoy fomentan las guerra y mantienen viva la macabra promoción de la guerra en los sectores campesinos. Somos una sociedad que continua manteniendo una guerra silenciosa y macabra que todos los días y en todas partes asesina a los líderes sociales y a todos aquellos que se pronuncia por la vigencia de los derechos humanos.
Casi todos nuestros indicadores en términos absolutos desnudan nuestra miseria y nuestra desolación. Y todo esto dentro de la atmosfera de una corrupción generalizada que de manera especial se concentra en nuestra clase política. Somos una sociedad donde la justicia es una burla, donde la impunidad alcanza niveles del 94% y donde paradójicamente la hacinación carcelaria es del 145%.Somos una sociedad donde el soborno y el narcotráfico elige presidentes y financia campañas electorales con siniestra frecuencia. Somos una sociedad donde se privilegia la mentira y donde solo la verdad es lo que inquieta y asombra.
Somos una “democracia” donde al cabo de doscientos años de vigencia, lo único que permite vislumbrar es que el futuro siempre será mucho más una amenaza que un incierta esperanza.
Sin embargo esta “democracia” enferma y nuestra, también ha producido y fortalecido una MICROPAIS DE PEQUEÑOS GRUPOS PRIVILEGIADOS y prepotentes que monopolizan los muchos ornamentos que prodiga el poder y la riqueza.
Por eso es legítimo, e induce a la reflexión crítica, preguntarse si el bicentenario es la celebración de una fiesta o solo es otra más de nuestras inconclusas tragedias.
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