Y el SICA ahí

JAIME BONILLA MEDINA

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El Síndrome Institucional de Corrupción Amañada (SICA) es una dolencia social bastante establecida en nuestro medio. Se trata de un trastorno grave, de comportamiento errático, que extenúa o robustece las reservas de los afectados dependiendo del rumbo que tome su progreso. Se registra en los códigos con una diversa gama de términos: soborno, untada, chanchullo, mermelada, etc.

Existen dos tipos de SICA: Primario, se manifiesta de manera aguda hinchando las arcas del receptor activo también conocido como torcido, cacao, político o vulgar ladrón. El Secundario, de instalación crónica, golpea severamente al receptor pasivo identificado como pueblo, asalariado, pensionado, contribuyente o paganini.

El responsable del SICA es un virus de la familia coimaviridae de transmisión íntima persona a persona o por intermedio de objetos contaminados: desde títulos valores hasta dinero en efectivo. Se ha descubierto un hospedero animal del germen: los roedores. Contaminan todo con sus excrementos. Una vez ingresa por vía fecal-oral (las «mordidas» igualmente infectan), pasa a la sangre de los receptores y desencadena el mal en poco tiempo.

Es una plaga perenne por la ubicuidad del microorganismo. Abunda en ámbitos bancarios, financieros, paraísos fiscales y bienes raíces. Los principales focos de contaminación son los nidos de las ratas en instituciones gubernamentales. Sorprendentemente, predomina más en los países pobres. El 3% de la población colombiana sufre de SICA agudo, el resto se reparte las desfavorables complicaciones. Aunque la frecuencia, incidencia y reincidencia son altas (98%), la erradicación es bastante baja (menos del 2%).

Una vez invade el cuerpo, el virus se multiplica en diferentes sistemas especialmente el nervioso e inmune, causando alteración y disfunción de los mismos con un conjunto de signos propios de un trastorno psiquiátrico o una enfermedad debilitante.

La presentación aguda asienta en selectos grupos de personajes corruptos con gran influencia política. Ocupan cargos destacados en las ratoneras estatales. Pueden existir brotes masivos (carteles, carruseles) o individuales (mandatario, ministro, congresista). Hay un afán enfermizo de enriquecimiento ilícito y populismo. Surge la cleptomanía y mitomanía. Se alimentan, con voraz apetito, de cualquier oferta sea oficial o mafiosa. Engordan física y financieramente gracias a la obesidad mórbida de sus recursos.

Al contrario, la expresión secundaria es más larvada, afecta colombianos del común a quienes arruina. Predomina el deterioro en las defensas del organismo. Hay inanición, frialdad y apatía; el enfermo permanece adormecido, poco reacciona; y prosperan, en él, otros padecimientos como la pobreza, marginamiento, desnutrición y desempleo.

Se sabe de una tercera población muy cercana al primer grupo. Son los testaferros, «portadores sanos» y ocultos del virus de gran importancia en el contagio.

El SICA se mimetiza por naturaleza lo que hace difícil su rastreo. Solo sirve el ojo clínico para sospecharlo. Puede tardar muchos gobiernos en ser investigado e identificado. Existen algunas pruebas, pero son positivas tardías y cuando aparecen ya el daño está avanzado. Los «portadores sanos» son demasiado peligrosos, pues se enmascaran o huyen a la detección precoz y continúan propagando la enfermedad.

La adherencia al ADN de los pobladores hace dificultosa la eliminación. La cuarentena carcelaria es poco efectiva debido a las propiedades del bicho para eludir o bloquear los agentes atacantes. Se ha demostrado que solo campañas de inmunización masivas con la vacuna pentavalente a base de honestidad, cultura, inflexibilidad, elección a conciencia y voluntad de cambio, son capaces de extirpar de base el arraigo sociocultural de que goza el SICA en nuestra vapuleada patria.