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    Violencia en el Cauca

    GUILLERMO ALBERTO GONZÁLEZ MOSQUERA

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    En medio de la pandemia atroz que azota al Cauca y al mundo entero, nos preocupa sobremanera la violencia que se ha enseñoreado en este departamento. Hemos escuchado al Gobernador y al Alcalde de Mercaderes, al mandatario municipal de Argelia y por supuesto al Señor Arzobispo Luis José Rueda Aparicio, quien en entrevista de página entera a María Isabel Rueda en El Tiempo, no deja de seguir la línea del Papa Francisco, corroborando lo que se decía a voces del nombramiento: era el más parecido al Pontífice, por su sencillez y su compromiso con los más humildes y desamparados. Lástima que se vaya del Cauca cuando estamos más necesitados de su talante, de su sencillez y de su compromiso con los más humildes.

    La violencia no ha cesado en esta región del país. La última ocasión para manifestarse fue el asesinato del campesino mercadereño Álvaro Narváez Daza, un hombre que había dedicado sus años a la innovación, a sacarle partido a una tierra estéril que necesita manos callosas que la hagan producir y que sostengan a miles de Colombianos que hoy están bajo la férula del Covid-19, maldita plaga que arruina los esfuerzos de quienes en las ciudades necesitan alimentarse para poder subsistir y trabajar en medio de las peores condiciones que se hayan dado a esta patria sufrida y peor aún, indisciplinada y fatídica.

    La causa, no lo encubramos más, de una situación tan poco propicia es sin lugar a dudas la plaga del narcotráfico rampante que nos asfixia y devora cada día que pasa. Miles de hectáreas cubren una superficie cada vez mayor de hoja de coca y marihuana, que le da sustento a una serie de jóvenes que tomaron el camino errado de ser “mulas” para despachar largamente el cargamento fatídico hacia los consumidores del norte. El departamento es así, un componente de narcotráfico y violencia, en el que conviven los peores afectos de una pandemia peor que la de la salud: la de miles de hectáreas dedicadas al narcotráfico y cientos de personas que derivan de él, el sustento y el aprovechamiento ilícito de sus negocios. Mientras el país debe comprometerse en la tarea de derrotar al virus, en esta sección del país convive la violencia, la de los grupos armados y la de la salud, afectada por una desgracia universal cuya vacuna está lejana. Y mientras tanto, aparecen diariamente una lista de muertos que no nos cansaremos de lamentar.

    Las autoridades deben ver al Cauca como un refugio armado contra la paz, donde la violencia se ha instalado poniendo en peligro la estabilidad de las instituciones que por ahora deben ocuparse en combatir la pandemia mientras hace su agosto la violencia que cobra vidas inocentes en medio de la pobreza y el desamparo estatal, sin inversión pública y que solo le recuerde las balas que aquí vivimos esperando que los violentos cobren más víctimas y mayor inseguridad en los campos caucanos.

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