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    Evocación de Camilo Torres Restrepo

    VÍCTOR PAZ OTERO

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    Unos meses antes de terminar mi bachicherato en la ciudad de Bogotá, algo que siempre consideré una extenuante y embrutecedora faena, conocí al entonces sacerdote católico Camilo Torres, que por esos días aun el capellán de la universidad nacional de Colombia. A su fugaz y cálido influencia en buena parte debo mi incierta decisión de haber ingresado y terminado la carrera de sociología en la nacional. Poco tiempo después de mi ingreso a la facultad Camilo se retiraría de ella para incorporarse a las filas de una guerrilla en formación, que proclamaba la liberación del país a través de equivoco y sangriento camino de las armas. Camino que por aquel entonces no se le antojaba equivoco a casi nadie. Eran tiempos de frenesí revolucionario, de contagio y efervescencia emocional irradiándose desde la triunfante revolución Cubana. Tiempos que permitían creer que la vía armada era la vía correcta, la vía única y además factible y realizable para emprender la supuesta epopeya libertaria para conquistar el paraíso laico llamado socialismo. Lo equívoco en ese entonces, lo retardatario, lo antirrevolucionario y hasta lo peligroso era cuestionar o mirar críticamente el verdadero significado de esa alternativa de “valeroso” horror y muerte que nos planteaba el logro de ese confuso y mal soñado sueño.




    La presencia de Camilo en ese proyecto aventurero y carnicero, sin duda alguna legitimó en términos morales y políticos la posibilidad de asumir las armas como un camino autentico, tanto para la realización existencial como para la realización de esos ideales colectivos. El ejemplo del “cura guerrillero” ayudaba a la realización de esa especie de compromiso inexorable que cada generación adquiere para plasmar una visión determinada de lo que presumiblemente debe hacerse para vivir con dignidad en la historia. Todas las generaciones más o menos comparten ideales comunes, se cohesionan y se apasionan en torno a los significados y en torno a la fuerza convocadora de algún sueño. Son sentimientos y emociones poderosas y arrasadoras que muchas veces posibilitan que efectivamente las fuerzas sociales plasmen procesos significativos de transformación en la historia, en la cultura y hasta en la propia vida individual. Momentos en los que se puede creer que la acción revolucionaria no solamente transformara las cosas sino que también podría curar la vida. Épocas y procesos de estirpe esencialmente emocional y pasional, de grandes y activas pulsiones colectivas que alimentan y refuerzan la “hermosa violencia” de los impulsos interiores. Épocas donde la emoción política, antes que el análisis, antes que la fría y calculadora ingeniería pragmática condicione y determinen el curso de la acción personal, prevalecen como elementos decisivos para impulsar y alimentar los catos humanos. Son momentos en los cuales la política se transmuta en una especie de poderosa FE, que sin duda hace imaginar que con ella se pueden mover montañas, FE que propicia una comunión sentimental y emocional en compartidos ideales. La política, siempre que no sea un podrido y perverso engendro maquiavélico, no es casi nunca equivalente a unos fríos esquemas racionales que prescribe las acciones. Siempre está impregnada de plurales elementos irracionales. La acción política suele convocar al ser humano como a una totalidad, al ser humano con sus confusiones y sus desgarramientos, con su razón y su sinrazón. Es compromiso vital, visceral y existencial. En parte significativa puede ser una Fe, de alguna manera participa del estremecimiento y de la ilusión religiosa. Casi nunca es un acto matemático. En muchos sentidos demanda y exige compromiso y, sobre todo impone autenticidad.




    En este contexto es que debemos comprender el gesto de Camilo y el emotivo proceder que convocó a toda una generación para que participara en los terribles rituales de la lucha armada. Ninguna FE puede ser racional, pues entre otras cosas, en últimas toda fe es un creer en lo que no puede creerse. La fe no resuelve las dudas, las consume.

    Hoy podemos “juzgar” lo equivocado de los procesos y de los métodos que condujeron a su fracaso político, pero ni hoy ni nunca podremos someter a juicio válido y condenatorio los fundamentos éticos, las maravillosas y transparentes fuentes de autenticidad humana, que le permitieron al cura camilo torres a entregar su vida a una causa en la que él supo creer y con la que pudo soñar una posibilidad de transformar las múltiples degradaciones e injusticias de la dolorosa vida colectiva de la inmensa cantidad de colombianos, en este sentido, Camilo fue un cristiano y hombre ejemplar. Es una figura que encarna, como pocos entre nosotros. La autenticidad y la entrega al servicio de sus semejantes. la hermosa plenitud de un ser humano que no traicionó nunca su verdad interior.

    Lo trágico y lo estúpido es suponer que toda fe política, o que todo gesto de autenticidad, es algo atemporal que escapa a los condicionamientos de la historia.