Sin capirote (I)

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Hace siglo y medio, cuando predominaba la fe, sin narcisismo ni la comercialización de hoy día, los cargueros de las procesiones salían con el rostro tapado. De allí esta leyenda para reflexionar sobre el desvanecimiento del sentido religioso de la Semana Mayor en Popayán. Celo religioso de los patojos que solo perdura en la memoria de popayanejos semansanteros.

El capirote, o capuchón tiene origen desde comienzos de la Inquisición, cuando a la gente le imponían por motivos religiosos, la obligación de usar una prenda de tela denominada “sambenito” cubriendo pecho y espalda y, un cucurucho de cartón encima de la cabeza en señal de penitencia.

La leyenda poco conocida, narra el primer cambio en la tradición de las procesiones de Semana Santa en Popayán. Fue mediante bando expedido por el gobernador, ordenando suspender el capirote, con el que los cargueros cubrían sus rostros, tal como aún lo hacen los penitenciados en las procesiones sacras en Andalucía y Sevilla, España.

Refiere la historia, que el General José María Obando, quien ejerció el mando de la república entre 1831 y 1832, se había “pronunciado” (vocablo que hoy, significa rebelión militar) contra el gobierno de José Ignacio Márquez, declarándose a sí mismo, “Supremo Director de la Guerra en Pasto y General en Jefe del ejército restaurador y defensor de la religión del Crucificado”. En Popayán ejercía la gobernación, a nombre del gobierno de Márquez, don Manuel José Castrillón.

La inconformidad partió de los católicos de Pasto por la ley que abolió los conventos menores, -menos de ocho religiosos- que fue aprovechada por el caudillo liberal José María Obando, durante la “Revolución de los Supremos” (1840). El carácter religioso de la rebelión fue excusa para que se lanzaran a la guerra los caudillos liberales regionales llamados los “Supremos”.

La vida de los “héroes de a píe”, por razón de su origen o formación académica, que no pertenecieron a la clase gobernante, han sido desterrados de la historia oficial, pese a que entregaron hasta la última gota de valor, lealtad y honor, ofrendando hasta su vida por defender causas e intereses de “libertadores y pensadores” criollos. Ese es el caso del héroe, Juan Gregorio Sarria, hijo de Timbío, guerrero fiero por naturaleza, el mejor lancero del sur, quien secundó con lealtad incondicional a José María Obando, sin reparar de qué lado de la militancia estuviera para acompañarlo, según cuenta en su obra la historiadora Martha Cecilia Martínez Mora.

Tanto el general Obando como Juan Gregorio Sarria, su compañero de rebelión, eran cargueros veteranos de la Virgen de los Dolores de San Agustín de Popayán. Ambos eran conscientes de la responsabilidad de “cargueros”, pero también del peligro que corrían. Para esa época, el General Tomás Cipriano de Mosquera, era su enemigo mortal, había ordenado: “en el acto que aparezca Obando o Sarria con alguna fuerza, páselos por las armas con los demás prisioneros”, en la batalla de Hualqui pamba, una de las más notables de la “Guerra de los Supremos”.