“Popayán es como un Macondo de tierra templada”: Juan Esteban Constaín

Por Héctor Riveros

Juan Esteban Constaín es una auténtica estrella de la literatura colombiana. Sus libros se convierten en best sellers en pocos días, sus columnas son de las más leídas en el diario El Tiempo y no hay encuentro de escritores que no quiera que el payanés participe.

El Director del Instituto de Pensamiento Liberal, Héctor Riveros, conversó Juan Esteban Constaín con el escritor payanés, que ha logrado un reconocimiento nacional que lo convierte en uno de los “patojos” más influyentes en el mundo de la literatura nacional y con mayor acceso a una especie de “elite” bogotana.

Constain es una auténtica estrella de la literatura colombiana. Sus libros se convierten en best sellers en pocos días, sus columnas son de las más leídas en el diario El Tiempo y no hay encuentro de escritores que no quiera que el payanés participe. Es una especie de enigma en el que conviven una personalidad conservadora, admirador del poder antiguo, pero símbolo de una generación crítica y escéptica. Lo buscamos para tratar de descifrar el enigma y este fue el resultado.

Héctor Riveros:  ¿cuál es la relación que mantiene con Popayán, si es que la mantiene?

Juan Esteban Constaín: Sin caer en demagogia ni en generalizaciones gratuitas, debo decir que Popayán es un fenómeno sociológico y antropológico muy particular. Tengo una relación entrañable en el sentido más profundo y redundante de la palabra porque yo nací allí, mi familia materna es italiana, pero toda mi familia paterna es de Popayán, entonces digamos que yo sí me siento heredero de esa tradición popayaneja que pasa por no tener clara entre la línea divisoria entre la realidad y la ficción. Eso, es lo que caracteriza a Popayán, que es una característica de Colombia, explotada de forma magistral y universal por García Márquez con respecto a los rasgos de la costa caribe colombiana, pero yo siempre he dicho que Popayán en realidad es como un Macondo de tierra templada.

Popayán es un infierno colonial en el buen sentido de la palabra. Es decir, hay una cantidad de pasiones, de talento, de secretos que se despiertan por la noche.
H.R: Pero los que no somos ni de una parte ni de la otra, ni de Macondo ni de Popayán, tenemos la impresión que son polos opuestos. Digamos que ambos juntan eso que usted está describiendo, la mezcla del pasado con el presente, pero que las formas de expresar ese pasado y ese presente son muy distintas porque una es un poco la desmesura, todo expreso etc. y la gente tiene la percepción de que la gente en Popayán es al revés, es muy mesurada, callada etc.

J.E.C: Sí, digamos que esa puede ser una percepción válida desde afuera en la quedarían contrapuestos Macondo y Popayán. La primera vez que yo leí Cien Años de Soledad tenía la sensación muy estimulante, pero también inquietante, de que ese parecía un retrato más cercano de lo que era mi mundo en Popayán de lo que era la costa caribe, que además no la conocía ni la conozco bien, pero también allí hay unos equívocos de los prejuicios; y es que uno cree que en la costa la gente es abierta y desparpajada, resulta que los costeños del caribe colombiano suelen ser muy solemnes y trascendentales. Ahora, Popayán sí es una típica ciudad colonial, y eso implica que dentro de las paredes de sus casas blancas y bajo la tierra, bulle un infierno desbordado. La noción de que en Popayán, la gente es discreta y conservadora, está totalmente equivocada, Popayán es un infierno colonial en el buen sentido de la palabra. Es decir, hay una cantidad de pasiones, de talento, de secretos que se despiertan por la noche y que desde la colonia los episodios históricos de Popayán están marcados por la desmesura, es decir, Popayán produce un tipo como Mosquera, como Obando, como el maestro Guillermo Valencia solo por mencionar algunos.

H.R: Entonces, digamos que desde el punto de vista de las costumbres, de los usos, de la vida privada, es también un prejuicio de quienes no somos de un lado ni del otro, que hay una especie de doble moral, un poco el mismo prejuicio que nos achacan a los bogotanos, de aparentar una cosa y ser otra.

J.E.C: Sí, de pronto sí. La diferencia, creo yo, está en que en Popayán siempre ha habido como una pasión más grande por ahondar en la vida de los otros, y eso ha terminado por desactivar la hipocresía que es un rasgo, ese si tan bogotano, porque si hay un parecido grande entre la concepción del mundo de Popayán y Bogotá, pensando en términos históricos de las elites. Popayán fue una de las ciudades más importantes de Colombia hasta finales del Siglo XX, y ahí si hay unos rasgos parecidos entre los popayenejos y los bogotanos, pero quizás por el tamaño y por haber perdido su importancia política, Popayán se resignó y se acomodó mejor a sus demonios y eso desactivo su hipocresía. Mientras que en Bogotá esa tradición sí se mantuvo hasta convertirse en un rasgo arquetípico de la cultura bogotana, una hipocresía siempre al acecho para maquillarlo todo, para salir de todas las situaciones; el método para lidiar con el mundo de cultura bogotana es la hipocresía.

H.R: En esa misma línea, el prejuicio de la enorme desigualdad en la sociedad. Pero del trato desigual, porque no solamente es que unos sean más ricos, porque inclusive los blancos payaneses suelen ser muy pobres, pero dan un tratamiento muy desigual a personas que no consideran de su misma condición o de su misma raza, ese es el prejuicio.

¡Pues, de pronto me voy a volver un viejo verde! Ya me lo estoy planteando, si fui viejo toda la vida, cuando sea viejo llegará el momento de ser joven.
J.E.C: Hay un verso, del maestro Valencia que dice “nostálgico pozo de olvido’’, eso es Popayán, creo que el verso es referido a la ciudad. Popayán es un fenómeno marginal, en el tiempo y en el espacio. Estos términos suenan horribles, pero Popayán es como una distopía colombiana, es un fenómeno que queda al margen de la historia y sus valores quedaron congelados en el tiempo. Esos valores, son los valores jerárquicos coloniales que quedaron y eso es terriblemente desigual porque como dije esos valores jerárquicos, estamentales, con esa noción perversa de las castas y con una realidad histórica y económica desde el principio marcada por la desigualdad; marcada por la presencia del señor, del encomendero, de los conquistadores que engendraron ahí una especie de aristocracia en cuya pirámide social, por razones raciales, abajo estaban los mestizos, los indígenas, y todo esto marcado por la pobreza.

H.R: ¿Entonces usted cree que eso no va a cambiar?

J.E.C: Sí, va a cambiar y está cambiando. En Colombia algún día hay que hacer una reflexión sobre cómo llega la modernidad, en general, a un país colonial hispánico.  A Popayán, está llegando la modernidad por cuenta de gente que está llegando de afuera y que se está instalando en la ciudad y que no comparte en absoluto la concepción del mundo de los raizales, en ningún sentido, y eso ha horrorizado a mis coterráneos.

H.R: Hay un punto que suele ser el elemento igualador de las sociedades más modernas, que es la educación, pero no por la calidad y ese tipo de cosas, sino que, por ejemplo, en Popayán la gente de distintos orígenes sociales acude a la misma universidad, cosa que no pasa en Bogotá. En Popayán y en otras regiones de Colombia, la universidad pública también es la universidad de cierta elite.

J.E.C: Sí, claro, lo que pasa a veces con la Universidad Nacional, pero eso no es tan evidente en Bogotá. La excelencia de la Universidad del Cauca hace que sea un espacio democrático, en el sentido que va gente de clases sociales muy distintas y ahí se encuentra. La Universidad del Cauca es de tradición y es excelente.

H.R: ¿Usted por qué no estudió en la Universidad del Cauca?

J.E.C: Yo tenía unos intereses vitales que desbordaban lo que para mí significaba estar en Popayán. Eso sumado a la coincidencia, -feliz para mí-, de que yo tuviera ciudadanía italiana me permitió abrirme a otros horizontes.

H.R: Juan Esteban, usted ha adquirido una especie de posicionamiento a raíz de lo que escribe, que es magnífico; ha adquirido una especie de posicionamiento social en Bogotá que es muy interesante y para mi es una incógnita, no por lo que lo haya logrado, sino por lo que usted es. Es decir, usted es amigo de unos que son ‘’rebeldes’’, y todo el mundo dice ese es el más conservador, ¿qué tan conservador de verdad es?

J.E.C: Entre otras, es que declararse conservador hoy en día es un acto de rebeldía y una provocación muy radical. Entonces, soy tan conservador como anárquico en ese sentido. Yo si tengo una identidad filosófica con el conservatismo, pero, justamente por eso, para mí el conservatismo es lo que es para muchos autores que más me marcaron, como Chesterton, Nicolás Gómez Dávila, que al final es una postura solitaria, romántica.

Desde niño nací en un hogar tan liberal, que pude darme el lujo de ser conservador. Puedo ser conservador y tener ideas muy conservadoras, que no tienen nada que ver con la derecha en términos políticos que es algo que me espeluzna, el conservatismo es casi la negación de la derecha.

H.R: En los debates de moda que ahora están vigentes como el aborto y la adopción por parte de parejas homosexuales uno no se lo imagina a usted del lado conservador.

J.E.C: No, ni lo estoy. A mí, por ejemplo, me encantan los hijos y los niños, entonces yo no estoy de acuerdo con el aborto, pero no estoy de acuerdo con satanizar a quien lo practique. Entonces en esas discusiones, como las del matrimonio gay, no tengo ningún problema y no estoy del lado católico ni conservador, estoy del lado de la Ley Civil colombiana que tiene unos principios liberales que me parecen positivos.

H.R: Yo tengo la impresión que lo que usted expresa y la razón por la que se le asocia tanto con esa corriente conservadora es un poco esa admiración que tenía Mutis por el ejercicio del poder que entre otras cosas se subraya por todo el estudio de la historia.

A Popayán, está llegando la modernidad por cuenta de gente que está llegando de afuera y que se está instalando en la ciudad y que no comparte en absoluto la concepción del mundo de los raizales, en ningún sentido, y eso ha horrorizado a mis coterráneos.
J.E.C: Sí, y eso implica también, aunque parezca contradictorio y paradójico, un desprecio de la tiranía. Pero el conservatismo en tiempos modernos, es una nota de pie de página muy crítica y demoledora de la modernidad misma, es asumir que la modernidad es irreversible y vivir en ella; pero, al mismo tiempo, es realizar una nota crítica, con sarcasmo -o como sea- frente a los principios sacrosantos de la modernidad. Eso implica, la adoración de la técnica, del capitalismo, del hombre por sí mismo.

H.R: ¿Es decir que usted hubiese preferido vivir hace dos siglos?

J.E.C: Sabe que me encanta vivir en la época en la que vivo, porque es la única en la que uno puede darse el lujo de criticar tan abiertamente la época en la que vive.

H.R: Usted es una persona muy joven y ha alcanzado unos logros impresionantes para la edad que tiene, pero muchas personas lo perciben como una persona vieja, ¿cómo interpreta esto?

J.E.C: Eso me gusta mucho, porque desde niño me fascinaron los ancianos, yo estaba mucho con mi abuela paterna. Mi abuela materna que fue el gran personaje de mi vida, porque era una gran contadora de historias y para mí no había mayor dicha que estar a su lado escuchando sus historias.

H.R: ¿Usted no tiene amigos contemporáneos?

J.E.C: Claro que sí, tengo amigos de mi edad, que son mis grandes amigos del alma y con quienes comparto intereses y obsesiones.

H.R: ¿Usted cómo se imagina dentro de 30 o 40 años?

J.E.C: ¡Pues, de pronto me voy a volver un viejo verde! Ya me lo estoy planteando, si fui viejo toda la vida, cuando sea viejo llegará el momento de ser joven.

H.R: ¿Qué está escribiendo?

J.E.C: Voy a empezar a escribir una gran novela, que es quizás, como la veo ahora, los escritores en la primera guerra mundial.  De las guerras de la humanidad es quizás la guerra en la que hubo más arte peleando, la que más arte convocó y al frente fueron escritores, músicos, un torrente de talento casi incomparable, con unas preocupaciones ya un poco más contemporáneas.

H.R: Usted es un referente hoy en Popayán y a veces a los escritores les terminan pidiendo que solucionen cosas y que participen en política. ¿Usted se ve en ese escenario o más bien le huye?

J.E.C: No, yo le huyo totalmente. Me parece que si uno haciendo lo que hace en la literatura, adquiere cierta relevancia ya eso es suficiente para el lugar del que viene. Digamos que el escritor proveniente y mesiánico solucionando problemas de su sociedad es terrible porque nunca lo va a lograr. Sin embargo, creo que uno debe ser solidario con la ciudad de la que viene, y eso puede tener unos gestos no tan explícitos, pero muy profundos. Si algún día Popayán necesita algo de mí y yo lo puedo hacer para ayudarla lo hago encantado y sin ningún problema.