Pandillas: enemigo sigiloso

Por Richard Fredy Muñoz

Twitter: @RichardFredyM

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Cuando la responsabilidad de amar, proteger y formar a nuestros hijos es delegada a la niñera, o en el peor de los casos a la televisión, Netflix y YouTube, no debería sorprendernos la proliferación de las pandillas juveniles en todo el país.

 

Son más de 500 grupos en las principales ciudades capitales que distribuyen su tiempo entre peleas de barrio y consumo de drogas, y han desarrollado sofisticadas estructuras de microtráfico y extorsión.

 

Estas pandillas terminan al servicio de bandas organizadas que aprovechan las prebendas otorgadas por el  Código del Menor ya que muchos de los adolescentes involucrados ingresan desde los 9 años.

 

Solo en la capital del país, según la Secretaría de Educación Distrital, están identificadas 107 pandillas conformadas por muchachos sin control que cada vez se acostumbran más a robar en calles, buses y centros comerciales.

 

En Medellín, “los combos” cobran cuotas de 20.000 y 30.000 pesos a los comerciantes de las comunas para garantizarles que no les pase nada a sus negocios.

 

Las peleas de pandillas obligaron a las autoridades de Cartagena a decretar ‘toques de queda’ mientras que los habitantes asisten indefensos a batallas campales frente a sus casas.

 

En Barranquilla tienen la “hora calabaza”, que es el mismo ‘toque de queda’ pero va de la mano con un programa de capacitación para jóvenes.

 

Desde Popayán, los habitantes de las comunas 2 y 7 denuncian que los jóvenes cambiaron los enfrentamientos con navajas, palos y piedras, por armas de fuego.

 

Por supuesto que el problema no es solo colombiano; en un desesperado intento por frenar a las pandillas, en Centroamérica se autorizó la judicialización de niños desde los 12 años. Al principio la idea pareció funcionar pero poco a poco los centros de reclusión no dieron abasto  y los índices delincuenciales siguieron en aumento.
En El Salvador, por ejemplo, según la agencia de noticias EFE, en los últimos 3 años 140 policías han sido asesinados en relación con casos de pandillas juveniles.

 

Hasta ahora los esfuerzos para acabar con este mal moderno se han quedado cortos, pero está demostrado que la ausencia de un entorno familiar estable es la primera causa en la tendencia de los menores a inclinarse hacia la desadaptación social.

 

Un alto porcentaje de los integrantes de estos grupos en Latinoamérica proceden de familias donde falta la figura de uno de los padres. La mayoría creció en hogares con madres solteras obligadas a dejar sus hijos solos o al cuidado de terceros para responder por los ingresos del hogar.

 

¿Cuánto presupuesto se ahorraría el Estado si en lugar de millonarios e ineficaces programas de corrección y castigo dedicara sus esfuerzos a prevenir que nos convirtamos en productores masivos de delincuentes?

 

¿Cuántos ladrones, estafadores y corruptos fueron desestimulados en su niñez por la autoridad de una madre o un padre que mostró, con su propio ejemplo, el camino correcto?

 

Sin embargo, nuestra realidad dista mucho de lo ideal: la ausencia de los padres y de presencia estatal, la miseria y los altos índices de deserción escolar han convertido a las pandillas en un peligroso cóctel explosivo que tarde o temprano estallará en nuestras ciudades.