Palabras viajeras

Por: Andrés Mauricio Muñoz

@AndresMauri_Mun

Recuerdo que alguna vez escribí que Julio Cortázar se había aplicado con convicción y vehemencia sobre las calles de París; entonces lo imaginaba a él, vacilante y curioso con su cigarrillo siempre dispuesto, hurgando por todos los rincones en busca de ese ritmo que definía la ciudad. Eso hacía él cada que la recorría, aplicarse sobre sus calles, los ojos dispuestos al asombro, los sentidos y el corazón a la espera de que la ciudad le revelara su más profunda imagen.

Esto, me parece, resume en términos generales la idea de viajar, la posibilidad de extasiarse con otras culturas, otras gentes, otros ritmos, exponerse al desarraigo momentáneo sin perder del horizonte nuestro propio rincón en el mundo. Auscultar, oler y sentir mientras se evocan los caminos conocidos.

Acabo de leer el libro Diario Sucio, del poeta caucano Felipe García Quintero, que se lanzará próximamente en Popayán. Sin embargo, conocí este Diario Sucio desde sus primeros borradores. Recuerdo que me llamó mucho la atención la forma en que García Quintero reflexionaba sobre ese niño que fue, aquel que tuvo que comprender frente a un salón de clases, mientras los ojos expectantes y desconcertados de su maestra Genoveva no se le desprendían, que viajar es también callar, auscultando las cosas con el silencio de la mirada. Por eso aquella vez no pudo revelarle a sus compañeros, ante el pedido de la maestra, cómo le había ido en el viaje al zoológico de Pereira, aunque el viaje latiera dentro de él como un organismo que se ha dado a vivir dentro de otro. Era un niño que no pudo hablar frente a su clase, frente a sus compañeros a punto de reír al constatar cómo lo evadían las palabras. Pero también me llamó la atención ver cómo el autor destilaba en una serie de textos, reacios a que se les indicara el formato o el género al que debían ceñirse, esa sensibilidad, esa mirada acuciosa y obstinada en poner en sucio cada paso que daba por tierras mejicanas acompañado de su hija, ese llamado personal a perpetuar los instantes, a trazar mediante letras el recorrido de los sentidos en ese peregrinar por más de veinte ciudades, como parte de un beca de intercambio artístico.

De tal manera que no tienen género los textos, aunque los hermane la mirada del poeta, la lucidez del ensayista o el oficio del más agudo narrador. En algunas ocasiones un poema viene a revelarnos las desavenencias cotidianas con el hostal de turno, la visita malograda a un museo o el asombro que asomó su nariz en medio de la muchedumbre que camina las calles sin reparar en el viajero. En otras ocasiones somos lectores que descubrimos con arrobo cómo la narrativa pone de su parte para entender la cotidianidad con Susana, la hija, la compañera de viaje que no por viajera puede evadir sus deberes escolares, los cuales debe enviar por correo como parte de un compromiso adquirido en el colegio.

Chiapas, Oaxaca, Tuxla Gutiérrez, Coyoacán, ciudades que García Quintero recibe sin soberbia, abierta el alma para que entre lo que corresponda, aceptando la ignorancia como punto de partida para comprender lo que se insinúa incomprensible, mientras comprueba que la vida familiar busca afincarse sin importar el rincón o que los arribos y las partidas sean constantes o aunque a diario la seduzca el vértigo: Ahora, por ejemplo, veo con Susanita una película en la laptop. Y ambos, en silencio, miramos las imágenes igual que antes en casa, durante los primeros años. El cuarto pequeño y limpio del hotel lo hemos habitado con el desorden de las ropas, libros y estos papeles, igual que antes en casa, como en los primeros años.

Gracias a esa magia que es la literatura en sí misma, a la devoción con que se concibió esta obra que nació de anotaciones que se hacían donde cupieran las letras, este diario sucio nos llevará también por aquellos múltiples laberintos que recorrieron ellos, Felipe y Susana, Padre e hija, artistas y autores ambos de este libro. Seremos entonces parte de ese tránsito aunque nos separe el tiempo, aunque las rutas nos resulten arbitrarias para nuestro propio antojo, aunque veamos con otros ojos lo que sus ojos vieron, aunque creamos que en algún momento se desdibujarán esas, sus huellas, que ahora nos pertenecen a todos en