Pal 2018

 

El desenlace del proceso para terminar el conflicto con la guerrilla de las FARC es aún incierto, pero cualquiera que sea la forma y el tiempo que tome en lograrse no servirá para cerrar la controversia y, al contrario, será detonador de alineaciones políticas que resultaran definitivas en los resultados electorales de las elecciones generales del 2018.

La posibilidad de un “acuerdo nacional” que permitiera un consenso sobre las condiciones en las que se acepta la desmovilización voluntaria de la guerrilla es nula. No hay coincidencia en los intereses de los actores políticos relevantes. Lo que le sirve a uno no le sirve a los otros y viceversa, siempre pensando en los favores electorales porque a lo que están jugando es a la política y no a construir bonitas amistades.

Es probable que el Presidente logre suscribir un nuevo acuerdo con la guerrilla de las FARC, que tendrá como base el ya acordado y le incorporaran, como lo han anunciado, ajustes y precisiones dirigidos a responder algunos de los cuestionamientos que llevaron a que el NO resultara mayoritario en el plebiscito. Eso no garantizara nada distinto que poder avanzar en el proceso de desarme de las FARC. Está claro que la guerrilla no tiene la intención y muchos dicen que tampoco la capacidad de volver a la confrontación, con lo que superado ese fantasma lo que queda es un papeleo que terminará sin brillo. Santos podrá decir que terminó la tarea pero la verdad es que ésta quedará a medio hacer, estará llena de controversias jurídicas y políticas que estará lejos de cerrarse.

La oposición dirá que se falseó la voluntad popular y que se le hizo trampa al resultado del plebiscito. Así duraremos hasta el 2018 que es la fecha en la que las reglas de nuestra democracia ha fijado para dirimir las controversias, solo que la disputa ahora no será tanto sobre el desenlace con las FARC sino sobre el modelo de sociedad, o sea que el debate será realmente interesante, ideologizado, sobre aspecto conceptuales y no sobre temas menores relacionados con la construcción de carreteras o cosas de esas que no generan diferencias políticas sino obviedades.

El debate sobre la forma de terminar el conflicto es ahora solo un pretexto, la discusión que aún parece agria sobre el modelo de justicia transicional o sobre las curules para las FARC se irá atenuando. Sin el incentivo electoral, la grandilocuencia para defender la “institucionalidad” perderá atractivo y quedará lo verdaderamente sustancial para la sociedad dado que el resultado político del plebiscito fue haber alineado con mucha fuerza dos grandes tendencias políticas, una que propugna por un país con valores más contemporáneos y otra que defiende, reivindica y pretende revivir una sociedad más tradicional, defensora del statu quo y apegada a valores religiosos.

Si el escenario político que se avecina tiene estas características habremos tenido una enorme ganancia política, habremos superado la patria boba de las discusiones políticas. Los ciudadanos seremos consientes que lo que se define en las elecciones es lo fundamental y que no será igual si gana una opción o si gana la otra.

En el 2018 habrá dos grandes coaliciones enfrentadas. No hay lugar a aguas tibias. Se equivocan los personajes políticos que creen que pueden salir pasando por la mitad. La opinión no estará en ese lugar ni resultarán exitosos los lugares comunes, ni los llamados a la “unión”. Los slogans de “todos juntos” tendrán que esperar.

 Solo queda una variable por determinar que es el efecto político de la reforma tributaria que puede traer como resultado la división anticipada de la coalición “progresista”. Aprobar una reforma que alivia a los ricos y afecta a la clase media no parece un hecho que resulte neutro desde el punto de vista político, su coletazo puede terminar consolidando a la coalición de derecha o promoviendo un candidato de “indignados”.

Los partidos que apoyan al gobierno y que están a favor de la terminación negociada del conflicto tendrán que escoger entre la reforma o las posibilidades del 2018.