País de rábulas

ANA MARÍA RUIZ PEREA

@anaruizpe

Dice un refrán popular que “abogado y doctor, cuanto más lejos mejor”; nadie quiere estar enfermo para tener que consultar al médico, como tampoco cargar con la mala suerte de requerir de los servicios de un abogado. El abogado ayuda a salir de problemas, o evita caer en ellos; no hay negocio, legal o ilegal, que no lo necesite. Por deformación profesional, el abogado sabe justificar mejor que cualquiera, poner en duda las evidencias, ajustar la verdad al interés de una causa. Como conoce la ley, dice la picaresca funesta que también sabe cómo hacer la trampa.

Colombia es el segundo país del mundo con mayor cantidad de abogados per cápita; aquí hay un abogado por cada 282 personas, 400mil tarjetas profesionales vigentes, 30 mil estudiantes de derecho matriculados en casi un centenar de universidades que ofrecen la carrera. Volviendo al refrán de arriba, en Colombia hay un médico para cada 846 personas, por tanto aquí es 3 veces más fácil toparse con un abogado que con un médico, más fácil salir de la cárcel que curarse un cáncer; faltan galenos, sobran leguleyos.

A diferencia de los médicos, los abogados no proclaman un juramento, pero supuestamente se acogen un código de ética que dice, en su primer artículo, que el abogado no puede jamás perder de vista que es un servidor de la justicia y que colabora con el Estado para su administración; esto es, que tiene el noble mandato de hacer viva a la justicia y de esa manera servir como agente regulador de la sociedad. En consecuencia el abogado existe para poner por encima de los individuos la regencia de la justicia, pero en este país sucede lo contrario: la abogacía se regodea en hacer primar el beneficio del delincuente por encima de lo que a todos beneficia.

No se sabe por qué en Colombia hay tanto abogado, si será porque aquí cualquier diferencia entre las personas se vuelve un pleito y por tanto un litigio, o porque hay tanta ley para todo, que se necesita mucha gente para hacer que se incumplan todas debidamente. No sabe uno si hay tanto abogado porque aquí nacen y se reproducen pródigamente los hampones, o si es al revés, que somos un país de hampones porque hay mucho abogado aprendiendo y aplicando las malas mañas que florecen de aquí a allá, en fiscalías y juzgados, en despachos municipales, grandes empresas o altas magistraturas.

No se sabe si somos abogados por corruptos, o corruptos por ahítos de abogados. En estos días y frente a las evidencias ignominiosas, todos los colombianos coincidimos en que hemos desobedecido los deseos del siempre bien ponderado ex Presidente Turbay Ayala cuando señaló que había que llevar la corrupción a sus justas proporciones. Se nos está yendo la mano, colombianos. Aquí ni los abogados engavillados alcanzan para tapar tanta indecencia.

El Fiscal Anticorrupción es un corrupto extraditable y el abogado que lo puso en evidencia lleva un alias de animal cochino; un secretario de seguridad es cercano a la oficina multinacional del narcotráfico y el sicariato; un cartel de fiscales cobra coimas

por dilatar los procesos hasta que se venzan los términos; hay abogados expertos en ubicar y negociar a los jueces corruptos, diga usted no más en que área se le ofrecen sus servicios, si en lo penal, lo civil o lo constitucional; hay abogados expertos en contratación pública, en Odebrechtes, Reficares y así en miles de procesos más, de variada cuantía, en los que estas bellezas aplicaron el código para que sus clientes pudieran hacerse impunemente al botín. No hay acto de corrupción sin abogado detrás que detectó la ruta del torcido, que advirtió el peligro de los detectores anticorrupción, que torció la interpretación de la ley para justificar la actuación del presunto implicado.

Al final no sabe uno si en este país hay tanto abogado porque, además de ser una profesión indispensable en cualquier ruta del corrupto hacia el enriquecimiento ilícito, les da prestigio y reconocimiento social a una caterva de arribistas que con el cartón logran la vía más expedita para que los llamen “doctor”, mientras tuercen los hilos del destino de otros a favor propio, o del cliente que es igual. ¿Ética? Eso nada tiene que ver con el derecho; lo único que importa es el porcentaje del negocio que facturo.

Respeto y agradezco la labor de innumerables juristas que han hecho aportes invaluables para el ejercicio de derechos y vigencia de la justicia tanto en litigios “menores” como en grandes causas en las Cortes; pero lo que de noble tiene la profesión cada vez está más desvirtuado por cuenta de los abogados pleiteros, marrulleros, leguleyos, tinterillos y rábulas, que como define el diccionario son los abogados indoctos, charlatanes y vocingleros. Colombia, país de rábulas.