Naturaleza de los prejuicios sociales

FERNANDO SANTACRUZ CAICEDO

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Según G. Allport, el prejuicio consiste en “estar seguro de algo que no se sabe”. Su propósito es formar convicciones y actitudes que se correspondan con las exigencias del ambiente sociocultural. Se fortalece con una socialización acrítica que omite, deliberadamente, explicaciones analíticas sobre el porqué de las reglamentaciones éticas y del aparato normativo. La adopción de los valores culturales suprime las dudas acerca de su validez objetiva y funcional, generando inactividad psíquica frente a la posibilidad de reconvenir el orden establecido.

El etnocentrismo de grupo, en cuanto prejuicio, exagera la consciencia unitaria del núcleo asociativo estimulando sentimientos de clase, orientando la energía de los miembros hacia una jerarquía de intereses, nutriendo la indiferencia y el desprecio hacia los extra-grupos, degradando el sentimiento de unidad nacional. La normalización, sin examen riguroso, veta las posiciones rectificadoras de las enseñanzas colectivas y hace ver las diferencias clasistas como un fenómeno connatural a la estructura social.

El hombre-prejuicios, a causa de su conservadurismo mental, de su ignorancia, o presa de los mandatos comunitarios que le impiden reflexionar críticamente, suele juzgar el todo por las partes, llegando al mundo por el dato inmediato y no por el examen dialéctico. Su verdad está en lo que siente, que es lo que le han impuesto las representaciones colectivas. Conforme a Mac Iver y Page, “los códigos sociales nos revelan también cuáles son los intereses predominantes de los poseedores del poder en todas las sociedades”.

El prejuicio es una modalidad cerrada de pensamiento acrítico que forza costumbres, ideas, actitudes, representaciones, etc., como formas acabadas, incuestionables. Refracta el pasado en la conciencia actual y lo proyecta, a su vez, hacia el futuro, deteniendo el tiempo, la historia. Clausura toda nueva percepción ideológica, adhiriendo ciegamente a los cánones de conducta, al servilismo normativo que anula la identidad del sujeto arrojándolo a un estatus de pasividad y desechando toda reflexión enjuiciadora.

El prejuicio rechaza una confrontación con sus antípodas, categorizando la alienación; es un artificio que pretende pasar por verdad. Este esquema ideológico no asimila la totalidad social como un universo que posee una fuerza viva, cuyo movimiento constituye la esencia de su ser cambiante hacia una continua innovación de lo caduco para lograr una sociedad superior.

El prejuicio acepta y se sirve de un lenguaje aforístico, axiomático, que es impuesto desde la ideología dominante. Según Michel Foucault, “no indica un significado: impone una interpretación”. Jergas, frases estereotipadas, no trasmiten simplemente palabras sino actitudes que comprometen al hombre a continuar en las maneras vivenciales actuales, a perdurar en el conservadurismo institucional.

En una sociedad clasista la presencia de prejuicios constituye un ethos cultural que alcanza connotaciones supraestructurales y, concomitantemente, entabla relaciones de causa-efecto con la infraestructura económica. Los prejuicios emanan de las propias ideologías y deben ser soportados inexorablemente por la sociedad.

Cuando las representaciones colectivas esbozan modelos de pensamiento y actitud, bajo el resguardo del Derecho, toda instancia renovadora aparece como una entidad subversiva. Ciertos contraindicadores desmienten el carácter omnisciente de los valores aprobados, como señales apodícticas de verdad, haciéndonos confundir la ideología con la utopía. Esta como agente revolucionario es dialéctica y crítica, mientras que aquella es continuista y estática. El pensamiento dominante restringe la apertura a nuevos valores. La utopía subyace a la ideología como su contracara rebelde y la abolición de los prejuicios en todos los órdenes partirá siempre de la revolución, dentro de una verdad no mistificada, que lleve a los conglomerados sociales a superar definitivamente la alienación en que la sumergen los intereses usufructuarios de los idearios imperantes.