Más que la sociedad, el Estado es autor del memoricidio

MATEO MALAHORA

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Recordando el poema épico griego, La Odisea, encontramos que después de la guerra de Troya el legendario Ulises tarda años en regresar a Ítaca y en su larga aventura le ofrecen probar una planta exótica para que desistiera de volver a casa, pero la desprecia y se salva.

Del tal dimensión es la confabulación para que el héroe griego olvide el retorno, que la ninfa Calipso seductoramente le expresa que el amor es un bálsamo que puede curar su enajenación y Ulises prefiere conservar intacto el sentimiento heroico de la fidelidad conyugal.

En el asedio, la maga Circe le da a él y a los marineros un licor que les hace borrar la memoria y los transforma en seres domésticos y mansos, sin embargo, continúa su viaje.

Eran tiempos en que los griegos consumían una planta denominada “nepente”, que mezclada con vino podía hacer olvidar todos los males, brebaje que, como el aguardiente sin azúcar, alcanzó, en ese entonces, elevado prestigio popular.

Metafóricamente hoy a los países de América Latina, saqueados y destruidos centenariamente, desde altas cumbres imperiales se les ofrece borrar sus historias oscuras mediante métodos económicos y culturales que borran los archivos históricos nacionales con el software del olvido oficial y, además, les garantizan que la indiferencia social será un agregado gratuito para construir consenso social.

Olvidar, ha sido el verbo conjugado desde la conquista española, cuando los historiadores aliados o vencidos enaltecieron a los triunfadores como seres humanos eruditos y cultos.

Recordemos que el cacique Hatuey, nacido en La Española, isla del Caribe, el primer rebelde de los pueblos indoamericanos, pidió que no lo enviaran al Cielo de los cristianos por no tener que encontrarse con los frailes que lo torturaron. No tuvo éxito. Triunfaron los sacerdotes.

Miguel de Cervantes Saavedra, en el capítulo VI de la primera parte de Don Quijote, Grupo Editorial Océano, Pg. 60, cuenta que el cura y el barbero quemaron los libros que lo habían enloquecido: precursores fueron del embajador colombiano en la OEA.

La destrucción de los pueblos amerindios nunca fue gratuita. Los Reyes Católicos en los años 1660 recibieron 185 mil kilos de oro y miles de kilos de plata, con el apoyo de personajes, poco recomendables, como Sebastián de Belalcázar (Báez, 2008). De la fortuna amasada con sangre nadie se acuerda.

La memoria del aludido personaje, iletrado porcicultor, se utiliza en Popayán, Colombia, para galardonar a los ciudadanos sobresalientes, tanto como si los andaluces de Granada, España, colocaran en el pecho de peninsulares condecoraciones con símbolos de los moros que los invadieron durante ocho siglos.

Hemos olvidado la imputación y severa censura política de García Márquez sobre la peste del olvido que contagió a Macondo y obligó a José Arcadio Buendía a marcar todas las cosas.

“Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche; y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche”.

El alzheimer histórico y el memoricidio que ha padecido Colombia, inducidos por nuestra clase dirigente, han hecho que olvidemos a los autores de la “masacre de las bananeras”, “los golpes de Estado”, los crímenes de lesa humanidad, el estatuto de seguridad, la muerte de los estudiantes, líderes populares, el asesinato de brillantes dirigentes políticos, empresarios, militares y guerrilleros desmovilizados.

Desconocimiento, así mismo, del paramilitarismo, de seis millones de desplazados y refugiados, negación sobre la acumulación de tierras, ocultamiento de cien mil desaparecidos, de muertos por las guerras y ejecuciones extrajudiciales, de rescates, y ocultamiento de la corrupción, cuyos cálculos presupuestales desbordan la imaginación.

Todas estas apreciaciones son razones que justifican rehacer la historia y tener de los últimos tiempos registros confiables de víctimas y victimarios, que permitan recorrer los caminos de la justicia plena y comprender qué fue lo que pasó, realmente, con motivo de los sesenta años de enfrentamientos estériles entre guerrilleros, policías, soldados, civiles armados y terceros que los apoyaron.

La Nación necesita romper los miedos, recuperar la memoria histórica y abrir el camino de la verdad, la justicia y la reparación.

“… la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche…”. This is the question.

Salam Aleikum