Ética y democracia en tiempos de magnates

MATEMALOHORA

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¿De cuál equidad política y equidad moral hablamos en el sistema capitalista?

Veamos los intereses. Si un magnate se para en frente de un individuo o ante cualquier Estado y desea incrementar sus arcas económicas, la interacción que sostenga con ellos no se basa en principios de equidad sino en estrategias del mercado.

Para los magnates, la equidad moral y la equidad política, son dos cosas similares, no se trata de establecer diferencias, ni vestir las estrategias del consumo o los negocios con aburridos principios de integridad y sensatez, porque el capital siempre recurre a trajes pulcros que ofrezcan la sensación ser utilizados únicamente por los emisarios de la honradez.

Esta ha sido la historia del capitalismo, dominada por la irracionalidad, el saqueo, la rapiña y, cuando no, a la violencia nacional o internacional.

Pensar que bajo el abrigo totalitario de su dominación existe una especie de camisilla protectora y guardiana de su ética es malinterpretar su naturaleza política, que ha tenido prácticas políticas parecidas a las que imperaron en los regímenes estalinistas.

No cabe duda de que la mundialización inevitable que nos aqueja ha fundamentalizado un discurso global, con innovaciones técnicas, para apropiarse de los bienes de la naturaleza, como el agua, discurso que cada vez más pertenece más al estilo del pensamiento único, que tiene como amenaza un signo de pesos sobre las entidades que todavía pertenecen al Estado a cualquier nivel.

Nada se salva de sus garras financieras, la robótica, la ingeniería genética, las patentes de semillas, las instituciones políticas, la siquis de una nación, todo se torna en idolatría del dinero y del consumo, que hacen nugatoria la cohesión social y la solidaridad.

¿Protestar? La protesta es una enfermedad social, una ideología del chantaje, coludida con las más oscuras fuerzas del desequilibrio y la inseguridad nacional. Hay que desnaturalizarla.

Usarla es, para algunas personas, acudir como al luteranismo de la época de la Reforma contra la Iglesia Católica y despreciar o repudiar el sentido del orden.

Orden hay que mantener a cualquier precio, bien como orden invasor, conquistador, triunfador, fundador o refundador.

Lo que importa es la riqueza de pocos, no la pobreza de muchos. Los pobres y desheredados deben esperar que las fuerzas invisibles del mercado solucionen los problemas del hambre.

No importa la pobreza de muchos sino la riqueza de unos pocos, que tienen a su favor dispositivos institucionales para resolver la ansiedad insaciable de sus apetencias.

Y como en nuestros tiempos, la economía es digitalmente incorpórea, los representes de los conglomerados económicos se preocupan porque a mediano y largo plazo el dinero tenga un flujo garantizado y pueda ser trasladado de los bienes públicos al capital privado.

El argumento siempre será que la iniciativa particular es más eficiente que la parsimonia del Estado, y que los ciudadanos deben aplaudir la igualdad y la premura con que se prestan los derechos liberalizados, afirmación mendaz para construir el consenso.

Colosal ficción, la bondad del mercado se fundamenta en satisfacer las necesidades de la sociedad, pero en el mercado solo se expresa las necesidades de quienes tienen poder de compra y las miserias de los más necesitados no se muestran.

Con falacias populistas se sostiene que el capitalismo debe alcanzar su más alta pureza, sus más altos límites y llegar al Everest de la acumulación monopólica, aunque ya la propiedad privada tiene titularidad sobre otros planetas.

Estamos en Colombia ante una modernidad muerta, inmersos en el océano de la coca por el abandono social, sin que tengamos voluntad política para promover un sano equilibrio institucional entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía, como ocurre en Estados como el canadiense.

Las grandes narraciones históricas de la independencia y libertad de nuestro país han sido llevadas a los recipientes de la indiferencia. Todo es estructuras sin historia, historia sin sujetos, y sujetos sin conocimiento. Al compás de los tambores de ‘The Walking Dead’, como zombis, emigran los vivos y se desplazan los muertos.

En resumen, hablar de ética y democracia es no tener sentido, intentar construirlas y defenderlas, peor; salvaguardarlas es perder el sueño y asumir una actitud quijotesca, mucho más en ciudades como la nuestra donde está “inhumado” Don Quijote.

Hace dos siglos desapareció Carlos Marx, como lo recordara hace algunos días el columnista Fernando Santacruz Caicedo, habrá que decir hoy con el filósofo, quien al debatir los problemas de la generosidad y el egoísmo dijo: “Nosotros no oponemos la generosidad al egoísmo sino que luchamos por la construcción de un mundo en que no sean posibles ninguno de los dos”, fórmula ética que debería descansar en todos los postulados políticos que existen en el mundo.

Salan Aleikum