Las mandarinas simbióticas

JORGE ALONSO RUIZ MORALES

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Siempre pienso muchas cosas a medida que camino. Me gusta ver las sonrisas, el afán, la lentitud y las individualidades de cada persona a medida que pasan por mi vida durante segundos o fracciones de segundos. Me gusta ir a parques, sentarme un rato en alguna banca con la mente en blanco y me gusta comerme un helado, preferiblemente en vaso y no en cono, puesto que nunca he encontrado un buen sabor en los conos, todos son o muy dulces o muy simples. Me gusta el sabor de frutos rojos o alguna categoría achocolatada.

En un parque confluyen muchas edades, cosa que me encanta. Hace poco estuve en uno y, sin haber planeado tanto, las condiciones climáticas, temáticas y actitudinales convergieron de manera perfecta, creando un momento inolvidable. Había una pareja recostada en un árbol, compartiendo, qué sé yo exactamente, algún video en su celular. Lo uno no quita lo otro. Había un perro gigantesco con su babosa y gigante lengua afuera. Era un perro marrón al que tuve el privilegio de acariciar por un breve instante.

Me senté por ahí, también bajo un árbol, y tuve muchas sensaciones. Puesto que el parque era un poco elevado, desde donde yo estaba se veía parte de la ciudad, con sus buses, carros y edificios, tan impávidos e impersonales pero también tan hermosos. Me explico: el campo me gusta, la ciudad me gusta, pero la simbiosis de ambas, el parque en medio de la ciudad, lo verde mezclado con lo gris, me he dado cuenta que me gusta más.

Olía a mandarina. Resulta que una niña de unos 13 años vendía esta fruta en plena ladera de la calle junto con su mamá, eso pude intuir: era la mamá o la hermana mayor. Compré un par de mandarinas e iba comiendo sus cascos a medida que caminaba. Vi un hermoso señor de la tercera edad con una boina del mismo color marrón que el perro. Este señor hacía un sudoku mientras yo recibía la energía del sol. Había vigilancia y eso, en el marco de una realidad innegable y que no se puede tapar con un dedo, se convierte en una verdadera bendición y tranquilidad.

Había wi-fi. No hay razones para las cuales tecnología y naturaleza no puedan ir de la mano. Es más, si no fuera así ¿cómo haría uno para compartir y plasmar bellas fotos o buenos videos?, vuelvo a lo mismo: lo uno no quita lo otro. Naturaleza no es ausencia de tecnología ni Tecnología es ausencia de Naturaleza. Ni tan citadinos ni tan bucólicos.

La simbiosis ciudad-naturaleza no es imposible: puede existir solo si estamos dispuestos a aceptarla y a ver más allá, ver lo que no se ve de primerazo. El primer requisito es abrir los ojos.