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    ‘La peste’, una predicción contemporánea

    JESÚS ALBERTO GÓMEZ GÓMEZ

    Especial para EL NUEVO LIBERAL

    Albert Camus, hijo y nieto de unas mujeres analfabetas que lo criaron en Argelia, Nobel de literatura del 57, escribió ‘La Peste’ y tal como lo hacen las mentes geniales, predijo lo que vemos hoy, cadáveres por las calles, en los cafés, en las cantinas y garitos, en los almacenes y galleras.

    Pero, Camus existencialista, al final de su novela le da una aprobación al hombre como un ser por el que vale la pena darse la pela. Había leído las definiciones de hombre que daba la metafísica. Es la medida de todas las cosas (Protágoras), es un ser que piensa (Sócrates), tiene alma (Platón), es un animal político (Aristóteles), es un ser racional (Descartes), es un superhombre (Nietzsche), es una pasión inútil (Sartre).

    Maquiavelo desde Florencia había escrito que el hombre es malo por naturaleza, es malvado, malagradecido, desidioso y temeroso. Feuerbach miraba al hombre como un Dios del hombre y enseñaba que el amor por el otro debe ser la ley suprema de las relaciones humanas. Marx recordaba que el hombre es el conjunto de las relaciones sociales y Freud insistía en que el inconsciente es lo humano, mientras Skinner enseñaba que el hombre es un cuerpo que se comporta y Foucault afirmaba que es la medida de su propia desmesura.

    Al final, Napoleón recordaba solo haber conocido la bajeza y la horrible ingratitud de los hombres, aceptando su derrota por la traición de Marmont, Augerreau, Talleyrand y Lafayette.

    Y eso que el filósofo antioqueño Fernando González, digno antecesor de Fernando Vallejo, sostenía que el hombre es un zurrón lleno de sudor, de estiércol y egoísmo (le faltó envidia).

    En esa evaluación gana la prueba la bondad, la inteligencia, la fraternidad, la humildad y la tenacidad de ese ser que es maravilloso cuando uno lo descubre en las caritas sucias de los niños que juegan distraídos en el patio, en la belleza de las mujeres que cantan las canciones de ilusión y desprendimiento o al ver al médico que ha madrugado a hacer sus ejercicios físicos y se alista temeroso a enfrentar al monstruo invisible y observar a la enfermera joven y divina correr a tomar la buseta mientras esconde presurosa su uniforme en el bolso, para no ser vilipendiada y rechazada. Ese hombre es un ser noble así unos pocos se apropien del dinero de los restaurantes escolares.

    Ese hombre no es una pasión inútil y saldrá adelante llevando su prole a los valles felices colmados de agua y legumbres, porque es un ser tenaz, tanto como Sísifo, el personaje también mencionado por Camus.

    Sísifo, había sido condenado por los dioses a subir una inmensa roca que llevaba a lo más alto, se regresaba al abismo, y Sísifo lo volvía a intentar hasta la eternidad, con la fe del carbonero.

    Camus se imaginaba a Sísifo feliz, mientras miraba las parejas tomadas de la mano corriendo y cantando, como si nunca hubiesen de ir a morir y termina resaltando los valores del hombre a pesar de ser un individuo impredecible.

    Pero el hombre como ser social y cultural que se relaciona fundamentalmente a través del lenguaje, es un ser situado en determinada historia y por eso Ortega y Gasset escribía “yo soy yo y mis circunstancias.” Si esto es así, el hombre actual está llamado a ser fraterno, comprometido con los débiles, porque si vive en un Estado social, su filosofía es la defensa de los Derechos Humanos, entre los cuales se encuentra la protección a los vulnerables, al mínimo vital de esos individuos pobres.

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