ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ
Wittgenstein, el filósofo inglés, enseñaba que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, y siguiéndolo es claro entender que tal como podamos expresar la vida y las cosas así es la verdad en la que vivimos.
A partir de ello, concluimos que la paz para el Estado llegó a su máximo nivel de desarrollo, un 13.3 % de realización de los Acuerdos firmados, según reciente informe presentado al Congreso de la República. El actual gobierno uribista no niega la continuidad del proceso, pero ha prometido obstaculizar los programas y proyectos acordados. Ese es el lenguaje de quienes viven en el mundo de las violencias sin fin.
Por el contrario, las organizaciones sociales y comunitarias exigen la continuidad de las tareas iniciadas, y aún la profundización de los proyectos. Este es el lenguaje de quienes viven en un mundo que busca la convivencia.
Así las cosas, pudiendo haber impulsado el desarrollo de una justicia cercana a criterios más objetivos, una democracia más real y unos ambientes de paz más confiables, lo que se hace es abandonar varias posibilidades para mejorar, se insiste en ambientes de conflictividad que solo conducen a enfrentamientos inútiles, se pierden oportunidades para vivir sin algunos temores.
Muchos colombianos han hecho suyo el lenguaje de las mentiras de la pasada campaña del “no” en el plebiscito, muchos mas han creído en un gobierno que utiliza la emotividad para hacer política, con lo cual pareciera que no les interesa la paz con ningún grupo guerrillero; con ello la dirigencia político-económica ha terminado por imponernos sus guerras, que vuelven a plantear –nunca han dejado de creerlo- que obedecen a “amenazas terroristas”. Con ese lenguaje vivimos en esos mundos.
En general, los temas relativos a la paz y a la democracia solo interesan en Colombia a las organizaciones sociales y comunitarias. También les interesan a los países de la comunidad internacional, la que –seguramente- terminará cobrándonos los incumplimientos con los compromisos firmados.
En lo que se refiere a la “Paz Territorial”, para que podamos creer que continúa siendo una bandera real, las ideas y prácticas deberán permanecer ligadas al desarrollo y fortalecimiento de las organizaciones, exigiendo al Estado que cumpla con las obligaciones que le asignan la Constitución y las leyes, sus obligaciones, pero asumiendo que los enfoques concretos de paz en las regiones partirán exclusivamente de los intereses comunitarios reales. La paz desde lo estatal debe plegarse ante la paz desde lo social a fin de asumir un lenguaje que construya el mundo que nos merecemos.
Para la sociedad civil que tenemos si podemos tener justicia (respeto a derechos y deberes) habrá una democracia creíble (soluciones legitimadas), y si existe la democracia habrá finalmente paz (vivir dignamente), y todo ello solo es posible en las regiones.
Como es claro, con este lenguaje que de todas maneras plantea límites al mundo que expresa, podremos confiar en una mayor inclusión social, aquella en la que tenga chance la paz, entendida como la resolución dialogada de los conflictos sociales y políticos. La construcción social de paz y el necesario aporte estatal deben girar alrededor de este enfoque comunitario, que nos acercaría a los sueños de legitimidad política que siempre tuvimos.