ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ
Alguien decía, y creo que es cierto, que “toda política se hace contra otra política”, persiguiendo no cometer los mismo errores, o como alternativa a algo y muestra de otros caminos, o para mejorar o combatir lo planteado, o para pensar lo mismo desde otros enfoques, como nuevas utopías, o desenmascarando verdades ocultas o universales.
Así, la supremacía de la democracia liberal es puesta en cuestión, no para negarla ni liquidarla, sino para corregir errores, encontrar vías distintas para lograr la vida digna, combatir malas costumbres, desarrollar enfoques mas realistas, reivindicar visiones relativas y particulares, es decir, para hacerla real.
Al decir del zapatismo esta democracia liberal es una hidra (como la que debió enfrentar el Hércules mitológico), pero ahora –nos dicen- ha enloquecido.
Nos ha conducido a las violencias, las desconfianzas y las apatías en razón de entender los mundos de la política a partir de autoritarismos, de formalidades sin contenido real, del respeto incondicional a unas leyes ilegítimas en muchos casos, o de pretendidas e irreales universalidades de derechos y deberes. Pero, ya no es posible seguir sosteniéndola así, en un mundo que debe reconocer las pluridiversidades y promocionar los relativismos.
Las realidades de lo social y de lo político son concretas y diversas al mismo tiempo, no se expresan ni desarrollan solo en los espacios estatales pero no los abandonan, sus decisiones son tomadas por actores con intereses contrapuestos. Los individuos son mirados en función de lo que ocurre en los grupos a los que pertenecen, o que tienen un mimo lenguaje y unas concepciones iguales o parecidas.
La actual forma de la democracia es el neoliberalismo, que niega de plano su propio Estado de Derecho, su constitucionalismo social, su justicia social y sus derechos humanos en sus tres paradigmas. Ni siquiera respeta la dignidad individual o colectiva.
Estos son algunos hechos protuberantes:
Los derechos y deberes de los ciudadanos –y hoy también de la naturaleza- no han pasado del nivel de lo retórico. Al decir de Amnistía Internacional han sido solo “promesas incumplidas y traicionadas”.
Las políticas públicas necesarias para lograr la vigencia de las leyes, las libertades, los tratamientos igualitarios en casos similares, las justicias y el desarrollo humano, viven en crisis totales en unos Estados y Sociedades que giran exclusivamente alrededor del dinero. Lo social permanece como residual ante lo económico.
Muchos desafíos sociales, políticos, económicos y culturales no pueden ser asumidos, enfrentados o resueltos desde concepciones jurídicas o morales o puramente económicas.
Los constantes hechos de corrupción, y sus correlativas impunidades, niegan las democracias liberales sociales.
El voraz apetito de las empresas multinacionales despoja a las comunidades locales, que sufren no solo pérdidas materiales sino sometimientos de todo orden.
Según los sociólogos, vivimos en medio de varias formas de fascismos cotidianos, que engañan, violan, esclavizan, ordenan y se acatan sin pensar, que consumen y contaminan, que son machistas, racistas, excluyentes, discriminadores, que estereotipan a las personas o grupos.
Son evidentes –pero mortales- todas las formas de cooptación de los espacios estatales por las acciones de fuerzas ilegales-mafiosas, justificadas por parte de las élites.
Así, una democracia liberal tan monstruosamente demente no es nuestro camino.