La festividad de la Virgen de Belén

ALVARO GRIJALBA GÓMEZ

[email protected]

Las tradicionales Festividades de la Virgen de Belén, constituyen una de nuestras más acendradas y bellas tradiciones navideñas, que debemos conservar, engrandecer y proteger, como ese valioso tesoro que solo se puede encontrar, entre la creatividad del alma y los valores religiosos de un pueblo, que como el nuestro, está colmado de tradiciones, mitos, leyendas e historia, que lo convierten en monumento de la intangibilidad cultural en el mundo.

Fue don Juan Antonio de Velasco, un hombre del pueblo, piadoso y pudiente, quien compró y donó los terrenos, en los cuales el 8 de septiembre de 1681 el Obispo Cristóbal Bernardo de Quiroz, en compañía del clero y la ciudadanía, colocó y bendijo la primera piedra del Santuario de Belén, y siguiendo la tradición para estos acontecimientos, enterró el “tesoro” de costumbre, junto con una lámina en plata alusiva y escrita en latín, para iniciar así la construcción del Santuario en honor de la Virgen María, el cual posteriormente fue dedicado al culto del Santo Ecce Homo.

Se hizo un camarín donde se colocó una imagen de la Virgen con sombrero negro y sentada en una silla con el Niño Dios en los brazos y a su lado derecho San José, de pie, también con un sobrero de peregrino, haciendo alusión al viaje de Nazaret a Belén.

En 1868 unas fervorosas damas payanesas donaron a la Virgen una corona imperial, hecha en plata dorada repujada y martillada, por el maestro Rafael Paz, al igual que a San José una vara de azucena en plata, la que actualmente porta en las procesiones.

Desde esas épocas de la construcción del Santuario, datan las tradicionales Festividades Anuales de Nuestra Señora de Belén, que se inician con la Presentación de la Virgen en el Templo, luego los Desposorios de María y José el 26 de noviembre de cada año, las precesiones de la Bajada y la Subida de la Virgen y la Novena de Aguinaldos.

Cantando tradicionales villancicos como: “los zagales y zagalas, al Niño vamos a ver, con pitillos y tambores, mostrándole gran placer…”, cada año los diciembres, sin falta, nuestros padres nos llevaban de la mano, con pitos y tambores, dulzainas y panderetas, a las tradicionales procesiones de la Bajada y la Subida de la Virgen de Belén.

Jugueteando entre las tamboras y las flautas de las chirimías y el diablillo que nos asustaba por el empedrado camino de los quingos, bajábamos al lado del paso de la Virgen, que sentada en una silla, con su mirada de ternura, sus rizos dorados y su sobrero negro pastoril, portaba una canastilla sobre sus piernas, que despertaba nuestra curiosidad.

Nuestras madres solícitas y cariñosas nos decían, que la Virgen allí llevaba los pañales, la ropita, los mitones y zapaticos para vestir al Niño Dios cuando naciera el 24 de diciembre a las doce de la noche, la que todos esperábamos ansiosos, pues era la bajada del Niño que nos traería muchos y lindos regalos.

El 25 de diciembre, acompañábamos la procesión de la Subida de la Virgen al santuario de Belén, que llevaba en su regazo ya al bello Niño Dios que había nacido, y colmados de infantiles ilusiones hacíamos parte de esa hermosa tradición, fruto del folclorismo navideño religioso payanés.

A través del tiempo, grupos de distinguidos y magnánimos ciudadanos y ciudadanas de Popayán, siempre con gran generosidad han contribuido al sostenimiento de esta preciosa tradición de nuestro patrimonio religioso navideño, a los cuales hay que rendirles tributo de gratitud y reconocimiento por su dedicación, amor y entrega para conservarla, acrecentarla y embellecerla cada día.

Desde 1997 la Asociación Junta Permanente de Nuestra Señora de Belén, legalmente constituida, tiene la responsabilidad de la organización de la Festividad Anual, de la guarda, la custodia y engrandecimiento del patrimonio a ella confiado, conformado por las imágenes, paramentos y joyas, todos bienes que actualmente tienen bajo su cuidado.

Grupos folclóricos, chirimías, coloridos pabellones portados por pequeños, vestidos de San José y la Virgen, de ángeles, pastores, lindas ñapangitas, y muchos niños con sus padres, engalanan estas hermosísimas procesiones de la navidad tradicional payanesa como una de las grandes expresiones religioso-culturales de nuestra ciudad que debe perdurar.