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    Historia de amor

    HORACIO DORADO GÓMEZ

    [email protected]

     “Si tú mueres primero, yo te prometo
    Escribiré la historia de nuestro amor
    Con toda el alma llena de sentimiento
    La escribiré con sangre
    Con tinta sangre del corazón”

    Apenas tenía 18 años cuando la conocí. Desde el primer instante tuve la sensación de que era la mujer que debía llevar al altar para guardarla en una urna de cristal. Su inocencia y, fragilidad parecía que no encajaba en este mundo; sin embargo, con el transcurrir del tiempo, me demostró que era más fuerte que yo. Era invisible para la lujuria mundana, para mí fue el embrujo del amor, desde que mis ojos se posaron en ella. Había encontrado la mujer de mis sueños. Sentí tan dentro de mi ese sentimiento de apego, que perduró 51 años. Compartimos una relación matrimonial maravillosa, porque era una mujer cristiana.

    Me faltan palabras para expresar tantas virtudes que la adornaban. Dios la puso en mi camino para esta historia de amor que superó la prueba del tiempo, sin sentir el paso de los años. Fue un verdadero amor, construido despacio y con mucho cuidado. Siempre conservamos el diálogo diario, respeto, confianza y paciencia mutua como llave del amor. Quienes la conocieron, saben la calidad de compañera con quien construí mi refugio de ternura. Con Alix Quintero Bolaños, beso a beso, ladrillo a ladrillo edificamos un hogar donde el sol brilla más brillante y la brisa sopla más fresca y pura. Llegaron los hijos y, con ellos, los nietos y últimamente, Matías el bisnieto, haciéndonos aliviar las penas del cuerpo. A todos ellos, les impartimos desde nuestro nido, la educación en valores como objetivo primordial de la vida, la misma que nos dieron nuestros progenitores. Siempre la intención fue conservar y usar el término ilusión en este sentido. Alimentábamos la ilusión para referimos a un sueño conectado con nuestro sentir. Nos resultaba agradable y estimulante soñar despiertos, con el bienestar que producía llevar a cabo un determinado proyecto o actividad. Bienestar que se cumplió porque nos obligamos a seguir un deseo nacido de nuestro interior.

    Embelesado por la belleza espiritual que engalanaba a Alix, logramos entender la dualidad de la vida que radica en los pequeños detalles que ella nunca dejaba pasar por alto. Con extraordinario corazón altruista, se encaminó por el bien de las personas de manera desinteresada, incluso a costa del interés propio. Sin dar a conocer su nombre, entregó el bien sin esperar nada a cambio.

    Pero, su felicidad se vio comprometida constantemente por complicaciones clínicas intercurrentes que afectaron su salud, en especial la función renal. Gracias a los avances médicos, tanto en la clínica R.T.S, en Popayán, como en el Valle de Lili, continuamente el personal médico y asistencial, le suministraron la atención y el seguimiento clínico necesario durante largos y penosos años, ¡Dios se lo pague!

    El padecimiento renal crónico, relacionado con la enfermedad cardiovascular, se había logrado controlar. No hay duda, el nerviosismo y, la tensión física, llenó su pensamiento de angustia e impotencia por el terrible peligro del virus y la velocidad con que contagia al mundo. A última hora, una gastritis emocional, impactó y agravó su estado de salud.

    Alix era todo corazón, amó a sus tres hijos, cuatro nietos, un bisnieto, ocho hermanos, sobrinos y familiares. Consagró su vida a descubrir y afrontar el mundo por ellos y por mí. Su amor cambió mi vida, la cambió para bien. Su amor me hizo tener esperanzas y ser feliz. Logró hacer todo aquello que era capaz de hacer: manualidades y habilidades, enseñando a pintar, a leer, a hacer las tareas escolares, como legitima guía para sus chiquitines que le daban ilusión a su existencia. Quería que todo su amor se quedará grabado en la personalidad de sus pequeños para toda la vida. Eran experiencias que le imprimían las bases para lo que sería el resto de sus años.

    Alix, era una santa mujer. En su rostro y su dulce mirada, nunca reflejó los padecimientos del cuerpo. Tenía la ilusión de vivir largos años, no para sí, sino para sus descendendientes a quienes adoraba entrañablemente. Por ellos, resistió con serenidad sus padecimientos. Para olvidar los males, bailábamos y cantábamos al ritmo de nuestros corazones. Año tras año se repitieron las reuniones familiares que nos brindaron gran felicidad, la armada del pesebre y el árbol de navidad, enseñando las tradiciones y sabores. Con cariño y entusiasmo, en sesiones de karaoke cantábamos, el bolero “Nuestro juramento”. Por eso, cumpliendo mi promesa, quise en su honor, escribir la historia de nuestro amor. Le saqué sonrisas, ella me robó el aliento. Ahora siento un vacío existencial, tan grande y profundo que me quema por dentro. Yo le enseñé a vivir, ella me mostró la muerte.

    Civilidad: En momentos de aflicción, resulta gratificante darme cuenta del aprecio que gozo entre familiares y amigos. Agradezco todos sus mensajes y, quiero que sepan que ese afecto es recíproco.