El payanés que tenía la fórmula para fabricar oro


marco valencia tradicionalMARCO ANTONIO VALENCIA CALLE

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En la madrugada del 20 de enero de 1902, Carlos Albán recibió una descarga de granadas en el pecho. Estaba en la proa del Lautaro, un barco con la ruta Panamá-Guatemala, que fuera emboscado por El Padilla, un barco de vapor tripulado por liberales insurgentes que querían derrocar el gobierno conservador con ayuda de ecuatorianos y nicaragüenses. A las pocas horas el Lautaro se hundió. El cadáver de Carlos Albán nunca fue hallado. Por eso, en El Panteón de los Próceres, en vez de restos del sabio payanés, únicamente está la campana del barco.

Carlos Albán, al igual que Francisco José de Caldas, fue un intelectual payanés, que por avatares de la política, y asumiendo su responsabilidad social solo entendible en el contexto histórico del momento, termina metido en la guerra donde encuentra la muerte privando al mundo de inventos geniales para la humanidad.

Albán murió a los 58 años. Había estudiado medicina, derecho y matemáticas en la Universidad del Cauca, donde más tarde fue profesor. Hablaba inglés, francés y sabía de latín. Escribía poemas y columnas de prensa en diversos periódicos y revistas del país. En su vida ocupó muchos cargos: fue profesor de escuela y luego de la Universidad del Cauca. Un civil que llegó a la milicia alcanzando el grado de General. Un juez que terminó de magistrado. Administrador de Hacienda del municipio de Popayán que terminó como Procurador General de la nación y Jefe Civil y Militar del departamento de Panamá. Fundó el colegio San Pedro y el periódico Los Principios (para dar línea y promulgar los postulados del Partido Conservador).

Como personaje público fue objeto de admiración y contradictores, por lo cual no escapó a los chismes y habladurías. Mucha gente lo recuerda con el mote de “El Loco Albán” y se reían de su forma de vestir: pantalón blanco con chaquetilla militar desabotonada. Dicen que usaba bastón sin necesitarlo como signo de distinción, cuya colección podemos ver en el Museo Mosquera de Popayán. Se dice que tuvo veinticuatro hijos extramatrimoniales, pero solo reconoció a Belisa, hija de su matrimonio con Susana Madriñán. Que una vez que su hija le solicitó dinero, siendo él jefe civil de Panamá, en respuesta le envió una jaula de pájaros para que le sacara crías y las vendiera. Que era tan aficionado a los toros que él mismo construyó y organizó una escuela de tauromaquia para unos carnavales de enero de Popayán. Se dice que en su casa (Cra 9 N° 6-63), hay un túnel que sale a otra manzana y fue usada escapar de sus enemigos. Que era tan devoto de la Virgen de Lourdes que fue hasta Portugal a conocer la gruta donde se apareció, y de regalo a sus familiares les trajo agua bendita para la cura de sus enfermedades. Que era tan rezandero, que sin falta todos los días iba a misa o entraba a meditar a las iglesias. Que era tan godo que se metió de militar solo para defender los principios y la causa del Partido Conservador y fundó un colegio solo para educar a los niños en principios contrarios al liberalismo. Y como militante político, se dio a la tarea de leer, revisar y re-escribir reformas a la Constitución de 1886 por considerarlas demasiado liberales.

Lo cierto, es que Carlos Albán fue uno de los sabios colombianos más importantes del siglo XIX. Cuando murió dejó escrito sus intenciones de encontrar la fórmula para fabricar oro y la solución al problema de la cuadratura del círculo. Dos misterios todavía sin resolver.

Entre los inventos patentados de Albán, que han servido a la humanidad en todos los rincones del mundo tenemos el Reloj Geográfico (que da la hora para varias ciudades del mundo de manera simultánea), el espejo elástico que sirve para medir distancias, el dirigible, e ideo una envoltura metálica para globos aerostáticos, y en esa medida fue el precursor del dirigible rígido de Zeppelín (tan confortable como un barco). Inventó la fórmula para elaborar ácido sulfúrico, un telescopio de cristales ajustables, el método para hacer el vacío sin recurrir a maquinas, el espejo plano que agranda y disminuye imágenes, la lámpara de acetileno y hasta una trinchera portátil para uso militar. Incluso creó una empresa en Estados Unidos con accionistas millonarios para sacarle provecho mercantil a sus inventos, pero por andar ocupado en la Guerra de los Mil Días que le tocó vivir, el proyecto que se quedó en veremos.

Popayán le rinde homenaje a este hombre con una estatua en el Barrio Bolívar de la calle sexta, pero además está “El Parque informático de Ciencia, Arte y Tecnología Carlos Albán”, con una biblioteca fabulosa donde dictan innumerables cursos de informática y arte para llevar a nuestros niños y jóvenes en temporadas de ocio, tiempo libre y vacaciones.

Que siga iluminando entre nosotros, la sabiduría de los grandes hombres de nuestra historia.