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    El hambre, el otro enemigo a vencer en la cuarentena

    Esta es una de las tantas historias de personas que ayudan a llevar alimento a los hogares payaneses. Ejército y Policía batallan para llevar comida a los payaneses.

    Escenas como esta se aprecian en las solitaria calles payanesas, donde la gente se ayuda a la hora de acceder a la comida en medio de la cuarentena. / Fotos Fracisco Calderón, Ejército y Policía.

    Los integrantes de la Policía Metropolitana de Popayán ayudan a combatir el hambre, liderados por el coronel Jhon Falla y el subintendente Daniel Tapias Tapias, integrante de la fuerza disponible de dicha institución. .

    El hambre, el otro enemigo a vencer en la cuarentena.

    Jóvenes soldados participan activamente en las entrega de los mercados a los ciudadanos.

    La Tercera División del Ejército ha compartido más de veinte toneladas de comida con la comunidad vulnerable de la ciudad.

    Es una lucha a muerte porque en los corazones está el ánimo de sobrevivir. La gente me empezó a llamar, a finales de la semana pasada, para pedirme que la ayude a conseguir comida, porque quedaron sin ingresos económicos, en medio de la cuarentena.

    Comprendo que piensen que por ser periodista puedo hacer algo por ellos, los escucho, les respondo que voy a mirar. El estómago se me llena de aire de la angustia y la impotencia que siento. Igual que ellos, debo buscar comida, pero puedo resistir un poco más, aún tengo empleo y unos ingresos que son como el mismo Dios entrando a mi vida y la de mi familia.

    Por eso, y con el apoyo de la mujer que se atrevió amarme, surgió esa necesidad de ayudar para enfrentar ese otro mal que nos acaba poco a poco: el hambre. Porque esa gente que me llama son personas que vivían del día a día: vendiendo almuerzos, aseando pisos o arreglando carros. Personas que antes de la llegada del Covid-19, se ganaban entre 15 o 20 mil pesos diarios para comer ellos y sus familias. Ahora esos ingresos no están, no pueden conseguirlos.

    De ahí que el sábado pasado, aprovechando que mi esposa tenía pico y cédula y que me consignaron mi salario, optamos por compartir con esas personas que son los amigos que a diario nos ayudaban a salir a adelante. Ahora, en este momento trágico, debemos estar con ellos.

    Mi esposa logró, con una empresaria de la papa, conseguir un bulto del tubérculo denominado ‘Richy’ y unas arrobas de guata. Sin embargo, cuando fuimos a recogerlas, vi que eso no alcanzaba, y aprovechando que el bulto de esta última estaba a 30 mil pesos, opté por compra uno. Después, aprovechando que contábamos con transporte, empezaron un recorrido para entregarla.

    Paso seguido, y como estábamos en el sector del barrio Bolívar, compramos en cantidad harina, galletas, azúcar, arroz, aceite, sal. La idea era compartir hasta el infinito lo que teníamos.

    Después, empezamos el recorrido por una ciudad fantasma, con el miedo de ser contagiados y de que la Policía nos detuviera. Debíamos estar antes del medio día porque el pico y cédula así lo determinaba.

    “Vamos donde doña T primero, que es allá en el norte y nos venimos en recorrido, los cercanos, porque no tengo mucha gasolina y no exponernos, acuérdese de sus hijos, de su mamá”, me dijo mi esposa, al iniciar un recorrido que más parecía una huida, una fuga, de no dejarse atrapar por la muerte.
    Llegamos donde doña T, la saludamos, como pudimos abrimos los costales, para sacar la papa y vaciarla en una bolsa que ella portaba, porque ya le habíamos avisado. Luego le dimos un mercado. Después, al ver a los porteros de la unidad residencial, le gritamos que consiguieran una bolsa, la cual apareció de la nada. “Hágale compañeros, tomen papa, la que puedan”, les dije.

    Una vez hecho esto, y tras unos cortos saludos de despedida, partimos de nuevo hacia el centro de la ciudad.

    -“Arrimemos donde el colega R”, le dije a mi esposa, que era la conductora para esta actividad, que parecía más bien un operativo encubierto de alguna agrupación militar que resiste en la guerra.

    -Dónde vive, pero diga bien para no estar volteando, llámelo, que le dé la dirección correcta, me increpó ella, porque el momento era tenso.

    Después, tras una corta llamada donde obtuvimos las indicaciones, llegamos donde el periodista R. Sacó una bolsa y un canasto, los cuales llené rápidamente, mientras mi compañera de lucha le preguntaba cómo estaba su hija.

    – “Bien gracias, encerrada, no sido ha fácil porque está en una edad que quiere es salir, hacer, correr, el reto es entretenerla”, dice el periodista R, mientras su pequeña se asomó a la puerta, luego la entraron rápidamente.
    En ese momento mi esposa se acordó de un ingeniero que vive en este sector de Yambitará, lo llamó.

    “Salga con un bolsa, para compartir una papa que tenemos”, le dijo mientras arrimábamos hacia su casa, cerca del sitio. Tras llegar, llené un pequeño costal que portaba. Él nos contó que quedó cesante, porque la obra civil que dirigía fue suspendida. “Esperar a ver qué pasa”, fueron las palabras de despedida.
    Inmediatamente salimos del sector, tomamos la carrera sexta y nos dirigimos hacia el barrio La Pamba, donde vive la señora X. Se repitió la escena, que parecía más un desembarco de soldados, ansiosos por ganarle la batalla al enemigo: la vecina, con olla en mano, empezó a coger papa hasta llenar dicho recipiente, hasta después una ligera despedida porque la próxima parada era el barrio Santa Catalina.

    – La odontóloga, usted sabe que ella qué paciente va a atender ahora con este aislamiento, dijo mi esposa.

    Tras esto, arrimamos a este último barrio para ayudar a la profesional de las sonrisas, llenándole un talego rápidamente para dar paso a una despedida fugaz, como quien tiene la muerte la espalda y el adiós sería para la eternidad.
    Así fue ese sábado, luchando para llevar un bocado de comida a mis vecinos y conocidos, en medio de la emergencia que sin lugar a dudas nos cambió la vida radicalmente. No seré el único que, en esta batalla, ayuda a la comunidad. Hay centenares de cristianos volcados en ayudar, en enfrentar a ese par de enemigos que pretenden acabar con la especie humana: el hambre y el virus.
    Y es que en cualquier momento, ambos pueden aparecer en nuestras existencias para recordarnos que somos tan solo como una duna, que en cualquier momento desaparece por el viento, el mismo que la formó.

    ¡Paradójico!