El doctor Ramón J. Velásquez y la sincera amistad

GUILLERMO ALBERTO GONZÁLEZ MOSQUERA

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Vivió una larga vida en la que primaron los servicios a su patria. De una impresionante lucidez mental que no decayó en 95 años, este venezolano por mil títulos ilustre, fue periodista, historiador connotado, jurista y Presidente de la República entre 1993 y 1994. Busqué su consejo acertado y me honró con su amistad cuando representé a Colombia en la misión diplomática de nuestro país en Caracas. El exministro caucano Juan Jacobo Muñoz me tendió los puentes para acceder a esta influyente figura de la intelectualidad de su país, que tenía el antecedente de numerosos gestos de buena vecindad con Colombia, entre ellos el haber sido miembro de número de nuestra Academia de Historia y por haber presidido la COPAF, o sea la organización creada para llevar a cabo conjuntamente los asuntos de la relación binacional.

Era tachirense y por lo mismo conocía a la perfección los hilos de nuestro común recorrido por las relaciones no siempre fluidas entre las dos naciones. En numerosas ocasiones nos sentamos a dialogar sobre el legado de Bolívar y la mejor manera de aprovecharlo.  Me contó de su vida, ligada a acontecimientos definitorios del paso democrático de Venezuela. Militó en Acción Democrática y fue cercano a gobiernos como el de Rómulo Betancur de cuya presidencia fue cuatro años Secretario General. Ministro y senador por muchos años en representación del Táchira, es en 1993 cuando los partidos se ponen de acuerdo en el Congreso para elegirlo Presidente de la República en reemplazo de Carlos Andrés Pérez a quien se le sigue un juicio que precisa de su separación del poder. Entre junio de 1993 y agosto de 1994, ejerce un mandato democrático que presenta una salida a la crisis. Las gentes hablaban con respeto del doctor Ramón J. Le empañó la gestión un hecho que siempre se mencionó en el análisis de su obra y que se ha traído a cuento en estos días de su fallecimiento:  el indultó que le otorgó a Larry Tobar, un individuo complicado con la mafia que ensombrecía el panorama del país. Fue una decisión que sus enemigos jamás le perdonaron. Pero su trayectoria de historiador consagrado, tenía una obra tan vasta y había contribuido de tal forma al estudio de la vida venezolana, que resultaba imposible no mencionarla en las más altas categorías académicas.

Un día que recordaré con especial aprecio, se apareció a la Embajada con varios volúmenes de sus obras históricas que guardo y consulto con respeto y afecto.  Me habló sobre el período de la dictadura gomecista, descrito en Confidencias Imaginarias de Juan Vicente Gómez y sobre figuras como Cipriano Castro en La Caída del Liberalismo Amarillo, sus dos libros más sobresalientes en mi concepto.  Pero de allí en adelante una multitud de trabajos que se convierten en referentes necesarios para quien quiera estudiar el siglo XX en el país hermano.

Ha muerto un importante venezolano. Un  sincero amigo de Colombia y un hombre emérito que ayudó a que se consolidara una época de búsqueda democrática que desafortunadamente se ha diluido en la época chavista.  Quedan sus numerosos libros que podrán dar fe permanente de su lúcido paso por la vida. Nos inclinamos reverentes ante su memoria.