Editorial: Sobre barras bravas y medidas absurdas

No importa tampoco si el resultado es adverso o se conquista un trofeo destacado, siempre habrá motivos de trifulca, violencia y salvajismo. En ausencia de partidos siempre se encontrará en la misma localidad un partidario de una divisa antagónica al que se puede apedrear, acuchillar o propinarle machetazos.

Tal parece que es inútil pedir raciocinio a un hincha de fútbol de esos que se conocen como “barras bravas” (un engendro llegado de Argentina). ¿Cómo se le puede pedir cordura a un sujeto que considera lícito apuñalar a un semejante por el solo hecho de llevar una camiseta de un color diferente?

¿Qué argumentos habrá que exhibirle a un energúmeno que destruye una vidriera (una ventana, el parabrisas de un carro, la cabeza de un transeúnte) porque su equipo favorito perdió (ganó o empató) un partido? ¿Qué puede cruzar por la mente (?) de quien apedrea un bus que transporta al equipo rival o sus hinchas por cuenta de que pasaron por enfrente de su casa o por el municipio donde habita el gamberro?

No importa tampoco si el resultado es adverso o se conquista un trofeo destacado, siempre habrá motivos de trifulca, violencia y salvajismo. En ausencia de partidos siempre se encontrará en la misma localidad un partidario de una divisa antagónica al que se puede apedrear, acuchillar o propinarle machetazos. Y cuando no queda alternativa, a la disposición está para enfilar las armas y acogotar, a quien anima al mismo equipo en el estadio, fuera de él o en el propio vecindario.

Con este panorama, nos encontramos que la semana pasada la dirigencia del fútbol nacional estuvo en el centro de la crítica por cuenta de la decisión tomada por la Dimayor tras los disturbios entre hinchas del Deportivo Cali y el América, de prohibir la trasmisión de los encuentros del Cali con Millonarios y del Atlético Bucaramanga con el América que tuvieron lugar el pasado fin de semana.

promo-portalAdemás de la prohibición de trasmisión en televisión y radio, la Dimayor determinó “castigar” estos desmanes de las llamadas barras bravas con la prohibición del ingreso de los periodistas deportivos.

¿Qué tiene que ver que antisociales se enfrenten de manera violenta con que los periodistas deportivos hagan su trabajo? Afortunadamente una tutela permitió el ingreso de la prensa a las canchas.

Una decisión como la de no trasmitir un encuentro de fútbol en radio y televisión solo castiga a las familias y a los hinchas que desean apoyar a su equipo en la comodidad de su casa o lugar de trabajo. Ninguna incidencia tiene en reducir los niveles de violencia entre los hinchas. Los únicos realmente afectados con medidas como esta son las familias y la prensa, que ninguna injerencia tienen en la agresión entre barras que se ha dado en el fútbol colombiano.

En lugar de tomar medidas absurdas, lo sí debería ponerse sobre la mesa es la relación entre los dirigentes de los clubes y las barras bravas. Bien es sabido que son estos dirigentes quienes muchas veces patrocinan buses, desplazamientos, entradas etc. de estos mal llamados hinchas. Mientras se siga apoyando de cualquier forma a quienes generan los disturbios y no se castigue a los clubes de forma severa por el comportamiento de su hinchada, ninguna medida será efectiva en la lucha contra la violencia entre hinchas.

La gran lección histórica en este tema fue dada por Inglaterra con los llamados ‘hooligans’, que tenían sumido al fútbol inglés en la violencia. Para ponerle fin, en 1990 se implementaron leyes drásticas, vetando de por vida a los hinchas violentos. Incluso se establecieron penas hasta de cadena perpetua. Pero no solo para los hinchas, sino también se impusieron sanciones para los empresarios que patrocinaran este tipo de barras. A su vez, se obligó a los clubes a ser parte activa en la prevención de la violencia y se unificaron las normas de seguridad de los estadios. Todo esto de la mano de inversión en tecnología para controlar el acceso a los escenarios e identificar a los delincuentes.

Así es como se controla la violencia entre los hinchas. No vendiendo el sofá.