Editorial: Popayán sigue rodando por un barranco del tiempo

Editorial: Popayán sigue rodando por un barranco del tiempo.

Cada 31 de marzo, Popayán recuerda su más reciente tragedia natural. El terremoto de 1983, que le costó la vida a casi 300 personas y más de 2 mil heridos y destruyó el 40% de la infraestructura locativa, se convirtió en ese empujón furtivo con el que la ciudad se precipitó a una especie de barranco, en el que desordenadamente comenzó a rodar y rodar para irse transformando (sin quererlo, por lo menos en los primeros años posterremoto) de villorio a metrópoli; eso sí, hasta hoy en día la urbe sigue rodando sin poder detenerse, sin encontrar aún el fondo de ese barranco del tiempo; tal vez por ello, en medio de su desbocada rodada, Popayán intenta sanar las grandes heridas que le abrió el fuerte movimiento telúrico, reorganizándose física y socialmente, como puede, y creciendo en la forma en que se lo permite esa descontrolada caída, sin encontrar aun el fondo para por fin comenzar a sentirse como una urbe moderna.

Ese fenómeno destructivo y doloroso ocurrido en plena Semana Santa, el periodo de tiempo más importante para la ciudad, marcó a la entonces apacible Ciudad Blanca de 120 mil habitantes, dando pie para al comienzo de una nueva historia para Popayán.

Como se ha dicho muchas veces, luego vendría un verdadero terremoto social, producto de la emergencia y los masivos desplazamientos que se generaron hacia la capital del Cauca ante la expectativa de lograr una vivienda digna y los recursos pos terremoto.

Hoy la capital caucana, con cerca de 300 mil habitantes, ha expandido sus fronteras urbanas, luce completamente reconstruida y mucho más reconocida por su valioso patrimonio arquitectónico y legado histórico en la construcción de la República; su Semana Santa, con este antecedente luctuoso, se alza con orgullo por la declaratoria de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Unesco, como Patrimonio Cultura e Inmaterial de la Ciudad, tradición que ejemplifica la tenacidad de un pueblo por conservar su ‘Ethos’.

Sin embargo, esa bella imagen centralizada en ese perímetro que intenta seguir vestido de histórico, contrasta duramente con los cordones de miseria de los sectores periféricos de la ciudad, las cifras de desempleo, la creciente inseguridad, la violencia cotidiana e incultura ciudadana, entre otros problemas, rezagos de este proceso y consecuencias de la agudización de los conflictos sociales y políticos del país.

A esto se le suman los procesos de planeación con los que debe crecer la ciudad, que en cada administración intenta imponer, sin respetar una línea de tiempo previa, lo que corta cada 4 años posibilidades de avanzar coordinadamente para crecer sin generar tantos traumatismos a la movilidad, el transporte público y sobre todo en el aspecto netamente social.

En medio de esta discusión de la que podrían escribir y escribir, se cruza otra, de la que también debemos estar al tanto todos los ciudadanos: ¿Popayán aprendió la lección? ¿Estamos preparados para afrontar otro terremoto? ¿La cultura de la prevención y atención de desastres es parte de los planes de desarrollo municipal y de las prioridades de toda clase de instituciones y de las mismas comunidades organizadas?

Algo intentamos dilucidar en nuestra edición de hoy, donde expertos en el tema urbanístico, dejan plantada una gran duda sobre el soporte de nuestra Popayán en caso de una tragedia similar a la de 1983.

Lo cierto de todo es que no debemos dejar la historia contemporánea atrás; siempre debe estar presente en cada generación, a fin de no bajar la guardia y darles a los programas de prevención la importancia que merecen. Se ha avanzado, pero es urgente el mantener los esfuerzos para crear toda una cultura en esta materia y el actuar sereno y coordinado de las entidades responsables de tomar las riendas de la situación llegado el momento de la catástrofe.

Así pues, bienvenida sería una cooperación más estrecha con otras urbes que hayan pasado por lo mismo que pasó Popayán. Integración a nivel de cuerpos de socorro, prevención y atención, le traería mucho beneficio al camino recorrido hasta ahora en cuanto a sistemas de alerta y protocolos de respuesta. Son las vidas humanas las que están en juego.

Para finalizar este escrito, traemos a colación las palabras de Gustavo Wilches, el payanés reconocido experto en estos asuntos, cuando afirma que ni “el terremoto, ni el huracán, ni la erupción volcánica son desastres. Desastre son los daños que producen cuando la comunidad es vulnerable”.