Editorial: El peregrino de la esperanza y la paz

Después de un periodo largo de noticias sobre la venida del Papa Francisco, desde cuando el Vaticano anunció, desde el año pasado, que el Sumo Pontífice vendría a Colombia, todos los medios de comunicación y las redes sociales del país, además de registrar el suceso, a medida que se acercaba el día de su llegada, han dado rienda suelta a todo tipo de análisis, unos serios y otros irreflexivos; de opiniones, unas bien argumentadas y otras frívolas y triviales, así como de informaciones, unas generadas en las fuentes otras caricaturizadas por quienes tienen el oficio de interpretarlas, relacionadas ya no solo sobre la visita propiamente dicha, sino sobre el significado y los móviles que tuvo el Santo Padre para venir a nuestro país y lo que él y el pueblo colombiano esperan de su paso por las cuatro ciudades elegidas: Bogotá, Medellín, Villavicencio y Cartagena.

En la historia de las visitas a Colombia por un Papa ésta, la de Francisco, es la tercera, primero pisó y besó tierra colombiana, cuando bajo del avión que lo trajo a nuestro país, fue Pablo VI, posteriormente Juan Pablo II, quien visitó Popayán cuando ella se encontraba adelantando los procesos de reconstrucción de la ciudad, la cual quedó prácticamente destruida por el terremoto que sacudió el Valle de Pubenza, aquel fatídico día 31 de marzo de 1983, en el que la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción quedó semidestruida y en la que murieron un número apreciable de feligreses que a la hora del sismo estaban escuchando misa, era época de Semana Santa.

La presencia del hermano argentino, cuyo nombre de pila es Jorge Bergoglio, se da en un momento crucial para nuestro país, el tránsito de un pueblo por el escabroso camino de la paz luego de más de medio siglo de violencia y guerra interna, ya que éste, paradójicamente, se encuentra totalmente fracturado y polarizado. Situación bien interpretada por el Pontífice, quien en las diferentes actuaciones que ha tenido al respecto, unas en el proceso de negociación y otras en los de implementación de los acuerdos para el logro de una paz estable y duradera, basta recordar la convocatoria que le hiciera al Presidente y Premio Nobel de Paz Juan Manuel Santos y al senador y ex-Presidente Álvaro Uribe Vélez, representante omnímodo de la oposición al actual gobierno nacional y al proceso de paz, al Vaticano para que depusieran las diferencias y pudieran trabajar mancomunadamente por la paz y la convivencia entre todos los colombianos, encuentro que sirvió a la oposición para endurecer sus posiciones y ahondar los niveles de polarización en que hoy nos encontramos.

Llega entonces quien, para este viaje a Colombia, se califica como el peregrino de la esperanza y la paz, con esta postura y su vida pastoral dedicada a la defensa de los más desvalidos, se justifica plenamente su visita, nos corresponde a los colombianos saber leer el significado de su presencia en los planos espiritual, político y social, a fin de poder fortalecer y consolidar nuestra acción hacia la construcción de una nación colmada de bienestar y prosperidad, en un contexto de paz y convivencia.

Excelentísimo Papa Francisco, el pueblo colombiano, sin distingo de raza, de credo religioso o político vivirá eternamente agradecido con su visita, porque ella permitirá mantener la llama viva de la esperanza de lograr una paz estable y duradera que ennoblezca y dignifique a las gentes de este pueblo aún adolorido por las heridas causadas por la irracional guerra en que nos debatimos y por el vergonzante escándalo de corrupción que hoy rodea a las altas Cortes de nuestro país, como la expresión más degradante de la condición humana cuando se obnubila con el poder económico, político y social.