Crisis de legitimidad y autoritarismo

CARLOS E. CAÑAR SARRIA

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Cuando el sistema político presidencial degenera en autoritarismo y el poder ejecutivo entra a permear los demás poderes se entra a configurar una dictadura que sólo puede ser mantenida en términos de fuerza y de violencia.

No se acata al gobernante porque esté revestido de una serie de valores socioculturales donde resaltan comportamientos acordes con la ética pública y en donde se destaque una serie de conocimientos y destrezas en el arte de gobernar, sino también, que quien detenta el poder termina siendo obedecido por el hecho de ser temido.

La crisis de legitimidad resalta por el inconformismo generalizado que despiertan los gobernantes. Por todo lado se escuchan quejas y reclamaciones, la insatisfacción y el rechazo colectivo cunde en todo lado.

En tiempos modernos las encuestas se han convertido en un referente sociopolítico que no se puede desestimar-aunque no sean tan necesarias- porque las evidencias hablan por sí mismas y aunque las encuestas tienen validez relativa, no dejan de ser referentes científicos, toda vez que fungen como termómetro para determinar la temperatura de los gobiernos. Y así algunos mandatarios consideren no pararles muchas bolas bajo el argumento que no gobiernan para ellas, las encuestas se han convertido en dolor de cabeza para los gobernantes faltos de gobernabilidad.

La ciencia política considera la carencia o pérdida de legitimidad como la peor crisis del ejercicio del poder. Los vacíos de poder y la ausencia de liderazgo genera un clima de pesimismo.

Los movimientos sociales -de carácter civilista y pacífico- no se hacen esperar; sin embargo donde peligra la democracia son susceptibles de ser criminalizados y reprimidos.

Con respecto a Iván Duque lo que se observa y se siente es un desgobierno, éste que parece ser resultado de la improvisación y la irresponsabilidad, no lidera y sus ministros parecen vacas locas que no saben a dónde van; mientras su partido, posa como grupo de comadres y verduleras, que muestran la angustia ante el deseo de que todo se diseñe e implemente a sus antojos y acomodo. Un barco sin timonel es lo que se siente en Colombia. En la opinión pública se habla sobre el regreso de las chuzadas y de falsos positivos, del imperio del miedo ante los abusos de poder.

Nuevamente nos encontramos con un Congreso renuente a autodepurarse, clientelista, oportunista y traidor a los intereses colectivos. Fueron bien valoradas por la opinión pública, las posturas de varios senadores, dentro de los cuales se destacan Roy Barreras y Luis Fernando Velasco en rechazo a las objeciones presidenciales a la JEP.

Quedó constatado que no pocos legisladores pueden respirar sin mermelada y que lo que debiera ser principios y convicciones termina siendo circunstancias y conveniencias. El patético espectáculo en relación a la aprobación o no de las objeciones presidenciales a la ley de la JEP fue algo bochornoso en el Senado, de parte de congresistas que a última hora sacaron el cuerpo a sus partidos, algo que no deja de producir asco y repudio.No obstante, por fortuna, como quedaron las cosas, el Gobierno perdió. Queda en manos de la Corte Constitucional el asunto de las objeciones presidenciales.

Las discusiones en el Senado, referentes a la aprobación o no a las objeciones presidenciales a la JEP, en los candentes debates, son una demostración de lo que se refería Estanislao Zuleta, en el sentido de que un pueblo que no está maduro para el conflicto, no está maduro para la paz.

El país se ahoga en los problemas y contradicciones internas, mientras el gobierno y sus seguidores siguen preocupados por la democratización de Venezuela, como si en Colombia fuéramos paradigmas de democracia. Dónde la indigencia, la pobreza, la crisis de gobernabilidad, la inseguridad y la protesta social no dan espera.