Carta a los padres sobreprotectores

Richard Fredy MUÑOZRICHARD FREDY MUÑOZ

Twitter: @RichardFredyM

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Generación Millennials, así se denominan a los nacidos entre 1984 y 1999, jóvenes que se hi­cieron adultos con el cambio de milenio.

Una generación que domina la tecnología a la perfección como una prolongación de su propio cuerpo. Jó­venes que prefieren Internet a la tele­visión convencional. 59 % ve películas por Internet y el resto ve televisión, también a través de Internet. Viven 7 horas diarias conectados utilizando sus pantallas digitales.

Según datos recientes de Telefó­nica Global ‘Millennial Survey’ 78% de los Millennials en Latinoamé­rica posee un teléfono móvil; 37% una tableta; 70% un portátil y 57% un computador de escritorio. Son adictos al móvil y la mitad de ellos admite que no podría estar un solo día sin su smartphone.

Nos encontramos aquí con adoles­centes y jóvenes de una cultura ´todo rápido y al instante´, pero a largo plazo esta euforia por la tecnología y el faci­lismo trae frustraciones.

“Han crecido en una era de grati­ficación instantánea. iPhones, iPads, mensajes instantáneos y acceso in­mediato a información. Todo está en la punta de sus dedos”, reseñó Tim Elmore, presidente de la fundación Líderes en Crecimiento, quien ha escrito varios libros sobre el tema.

“Sus notas en el colegio son usual­mente negociadas por su padres en vez de ser merecidas y se les celebra por lograr cosas mínimas. Tienen cientos de amigos en Facebook y Twitter pero usualmente no tienen muchas conexiones reales.”

Al reflexionar en esto considero que es una paradoja; toda una gene­ración que cambió el juego de pelota en el parque por las comunidades virtuales y los abrazos reales por los ‘me gusta’ de centenares o miles de ‘amigos desconocidos’ en sus perfiles.

Hoy en día es posible tener un millón de amigos en las redes so­ciales y no tener cerca a una sola persona real para mirar a los ojos y compartir nuestros pensamientos.

Mientras tanto nosotros, los padres de esta generación, nos vemos aco­rralados por nuestras buenas inten­ciones de protegerlos, pero creo que fallamos a la hora de prepararlos para la realidad cotidiana. No queremos que tropiecen y cometan errores. El problema es que bajo esta sobrepro­tección hemos formado jóvenes con temor a asumir cualquier riesgo.

Profesores en colegios y univer­sidades advierten el bajo nivel de atención de los estudiantes y seña­lan que hoy en día la motivación es externa en lugar de ser interna.

Las consultas a psicólogos y psi­quiatras de jóvenes que no saben lo que quieren en la vida y están frus­trados y deprimidos porque no son famosos y millonarios, aumentaron considerablemente en los últimos años. Algunos de estos casos, incluso, terminan en suicidio.

Está comprobado que el sistema de premios y gratificaciones utilizado con nuestros adolescentes produce un efecto contrario al esperado. Por ejemplo, aseguran los expertos, cuan­do un niño agresivo es premiado por no ser agresivo hay más posibilidades que repita su mal comportamiento para generar más premios.

Les hemos dicho a nuestros hijos que sueñen en grande, pero no les enseñamos la necesidad de la disci­plina para dar pequeños pasos en esa dirección. Para muchos, los peque­ños logros no significan ningún tipo de progreso. Nada diferente a la fama instantánea es interesante.

Es el momento de enseñarles que para lograr cosas grandes debemos empezar por las cosas pequeñas.

“Hemos sembrado en nuestros le­gados que son muy especiales y ahora esta generación demanda tratamien­to especial. El problema es que asu­men que no tienen que hacer nada especial para ser especiales”, dice en uno de sus apuntes Tim Elmore

“Han tenido todas las comodi­dades, y ahora lo quieren todo en el mismo momento. Es necesario vol­ver a darle importancia a esperar por lo que queremos. Necesitamos dejar que nuestros hijos se equivoquen a los 12, lo cual es mucho mejor que lo hagan a los 42,” coenta el escritor.

¿Somos de aquellos padres que les hacemos las tareas a nuestros hijos? Equilibremos, mientras podamos, autonomía con responsabilidad.

Hicimos de la felicidad de nues­tros hijos lo más importante, y aho­ra es difícil para ellos crear su pro­pia felicidad. Llegó el momento de explicarles que la felicidad no es un destino, es el camino que transita­mos hacia nuestros objetivos.