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Agustín de Hipona

VÍCTOR PAZ OTERO

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Hay magia sugerente y sugestiva y un enorme poder de fascinación tanto existencial como intelectual en la figura, hoy un tanto desdibujada y desconocida, de ese personaje que conocemos como san Agustín. Esa magia, al menos para mí, no la engendra la equívoca designación de santo, con la cual la Iglesia católica lo instaló en el extenso catálogo de su santoral, ni me la provoca la categoría que lo reconoce a como a uno de los padres y los doctores de esa misma iglesia.

Lo que me regala vínculos de afecto y de admiración con su compleja y atractiva personalidad, nace de la preocupación que a él lo embargó acerca de dos temas esenciales: La expresión literaria de su intimidad, que lo convirtió en nuestra cultura occidental en el fundador del género autobiográfico. Y en segundo lugar su esclarecedora reflexión sobre el significado y el destino del conjunto de la historia humana. Pues sin duda fue el propio Agustín el que proporcionó la visión subyacente que, dentro del cristianismo, fundamenta la interpretación del mundo y del hombre.

Más que los discutibles y curiosos atributos que se le asignan al concepto de la santidad, Agustín de Hipona fue ante todo un escritor profundo, que le facilitó al cristianismo la expresión tardía pero maravillosa de acogerse al gran e ilumínate pensamiento filosófico Griego. De manera muy especial, es solo dentro del pensar y el especular de Agustín cuando se esclarece y se certifica la gran deuda que tiene el cristianismo con la gran y casi insuperable figura de Platón.

Con sus “confesiones”, ese libro casi extravagante en su tiempo, ese libro que fue como un itinerario de sus lujurias, aventuras y pecados, convirtió también a Agustín, en uno de los primeros en atreverse a navegar y a explorar ese océano a veces inabarcable de oscuridad y profundidad que configura la consciencia personal. Ahí, en ese mundo que tantas veces suele ser intuido como infinito e incomprendido, ese mundo que hoy con cierta vulgaridad simplificante nombramos como el YO interior y confundimos y lo hacemos equivalente al concepto de inconsciente formulado por S. Freud y donde este solo encontró mounstruos,perversiones,infiernos y perturbaciones como elementos componentes del alma humana. Y queFue un descubrimiento que nos puso a dudar sobre la posibilidad de que el hombre sea un animal racional y más bien nos reveló un bípedo gobernado por la irracionalidad. San Agustín contrariamente creyó haber encontrado, que precisamente en esa intimidad, las criaturas humanas podían congraciarse con la certidumbre de que ellas habían sido creadas a imagen y semejanza de un Dios que es toda verdad y es toda belleza. Imagina el obispo de Hipona, que es en esa intimidad del alma es donde el ser humano intuye y vislumbra la verdadera presencia de Dios. Solo en ese mundo, según nuestro santo pecador, la criatura humana encuentra el camino que puede conducirlo a la conquista de la trascendencia, es decir al encuentro de esa realidad suprema que se encarna en el amor y la belleza, lo que es equivalente al encuentro y al goce de la presencia de Dios. Se podría decir que en el descenso a las alcantarillas del ser humano, Agustín se encontró con Dios, pero que en ese mismo viaje, Freud se topó con el infierno y con el mismo demonio.

Las analogías, así desemboquen en realidades que se oponen y se niegan, terminan por ser más que evidentes entre algunas sospechas intuidas por Freud y el pensar de san Agustín. Irónicas convergencias entre la ciencias y la religión? Pero por el momento ese no es nuestro asunto. Lo importante es resaltar que la reflexión Agustiniana tiene como centro gravitacional la preocupación existencial. Esa misma preocupación que cambió la vida de un pecador por la vida de un santo. Esa preocupación que de manera inexorable acosa y preocupa al hombre de cualquier época y de cualquier cultura, pues en esencia se trata de la preocupación que intenta darle sentido al misterio de la vida misma.

Bien sabido es que San Agustín nació en el África en el año 354 después de Cristo. En ese momento el mundo padecía una profunda fractura en su ordenamiento espiritual y político. Época de colapso y confusión. Ignoro cuál era el color de su piel, pero sé que tenía el alma empapada por los efluvios luminosos del pensamiento Platónico. Su sofisticada formación intelectual era griega.

Se puede decir con contundencia que fue el primer hombre que quiso y pudo mostrar su desnudez y logró escribirla. Desnudez habitada de inmensas y torturantes preguntas, preguntas que eran como demonios y eran como vacíos. Descubrió el arte de ser al confesar. Su libro es testimonio visceral y esplendoroso de la aventura de ser hombre y de la lucha por comprenderlo. Testimonio de haber estado extraviado y empecinarse en la búsqueda y el esfuerzo de construir caminos que prometan la esperanza de alguna redención. El proclama haber buscado y encontrado a Dios y proclama un fe irrenunciable a la que se aferra para mitigar la incertidumbre de estar vivo. Sin duda que soporta la aureola desteñida de ser santo, pues vivió con pasión de artista los pecados, porque el esfuerzo de ser un hombre auténtico lo hizo superhombre y porque en su corazón aleteó con violenta intensidad el dolor de interrogarse para llegar a descubrirse.