2.000 años en lo mismo…

EDUARDO NATES LOPEZ

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La sonora renuncia al sacerdocio que el Padre Linero hizo pública la semana pasada, vuelve a poner sobre el tapete la histórica discusión sobre el celibato y otras condiciones que hacen del sacerdocio una profesión de exagerados sacrificios, a veces no compensados espiritualmente. Claro está que quien decide su vida por el camino del sacerdocio católico sabe que hoy el celibato es condición básica de ese oficio. Pero es entendible la renuncia de ese buen predicador que pierde la iglesia pero no la sociedad, que lo quiere y lo sigue.

Vale la pena repasar brevemente una serie de circunstancias controversiales que registra la historia de la Iglesia. Por ejemplo, en el siglo I, aunque Pedro, el primer Papa y los apóstoles acompañantes de Jesús eran en su mayoría hombres casados, se puso en tela de juicio la importancia de las esposas en la vida de quienes ejercían el sacerdocio. En los siglos II y III, edad del Gnosticismo, se llegó a escuchar expresiones como: “La luz y el espíritu son buenos; la oscuridad y las cosas materiales son malas”. “Una persona no puede estar casada y ser perfecta.” Aun así, la mayoría de los sacerdotes de la época eran hombres casados. Luego, un Decreto del año 306 estableció que: “Todo sacerdote que duerma con su esposa la noche anterior de dar misa perderá su trabajo.” Y en el año 325 se decreta que: “una vez ordenados, los sacerdotes no pueden casarse.” O, que tal esta “perla” del siglo V, año 401, cuando nadie menos que San Agustín escribió que: “Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer”… O esta otra del siglo VI, cuando el Concilio de Tours, Francia, establece que: “todo clérigo que sea hallado en la cama con su esposa será excomulgado por un año y reducido al estado laico.” Y en el 604, El Papa Gregorio “el Grande” dice que: “todo deseo sexual es intrínsecamente diabólico…” mientras en Francia, los documentos demuestran que la mayoría de sacerdotes eran hombres casados. Y en el siglo VIII, San Bonifacio informa que en Alemania casi ningún obispo o sacerdote es célibe. En el siglo IX, el Concilio de Aix-la-Chapelle, admite abiertamente que en los conventos y monasterios se han realizado abortos e infanticidios para encubrir las actividades de clérigos que no practican el celibato. Y así, por siglos, ha seguido ardiendo el tema.

Resulta imposible omitir en este recuento al sacerdote alemán Martin Lutero (1483-1546) quien en el siglo 16, genera el gran cisma al interior del cristianismo, con sus 95 tesis de críticas y propuestas de cambios en el ejercicio del cristianismo, lo que termina generando en la iglesia católica la Reforma Protestante y da origen a numerosas iglesias. Para reafirmar sus tesis se casó en junio de 1525 con Catalina de Bora, con quien tuvo 6 hijos. Se había escapado del convento con otras 11 monjas, ayudadas por Lutero.

Corren los siglos y en 1993, un personaje tan importante del cristianismo y la historia como el Papa Juan Pablo II dijo que: “El celibato no es esencial para el sacerdocio pues no es una ley promulgada por Jesucristo.” Pero, paradójicamente hoy, el Papa Francisco, que se considera tan de avanzada, no se pronuncia de forma contundente frente a la abolición o la persistencia del celibato. Parece increíble que hoy, con los avances de la ciencia, estamos próximos a llevar seres vivos a Marte, pero en los temas religiosos todavía estemos discutiendo, dentro y fuera de la iglesia y de la feligresía, polémicas que llevan más de 2.000 años.

En este momento de profunda crisis del sacerdocio cristiano, con los casos de pederastia y otras formas de corrupción no menos alarmantes en todas las latitudes, la iglesia debería afrontar de lleno el análisis de un “celibato opcional” para tratar de acercarse a la normalización de sus pastores, facilitar el florecimiento de nuevas vocaciones y renovar algunos atractivos para la sociedad, que parece alejársele cada vez más.

Respecto a la avalancha de opiniones sobre el retiro del clérigo colombiano solo puedo decir como el bolero: “El que sabe de amores, que calle y comprenda…”.